Este señor se debe informar de cómo los Estados, con todos los medios a su disposición, no quisieron advertir a dónde íbamos. Y señales había.
Por lo demás, sobre lo de los mercados: No tengo dudas de que ese señor me dará un crédito y no se le ocurrirá pedirme que se lo devuelva. Estamos de suerte.
Como no debe pensar eso, habrá que concluir que son historias tan "interesadas" como cuando nos hablaban del hombre del saco o del lobo.
De algo han de comer los juglares.
Una cosa es concordar con el autor en que los "mercados" no son los culpables de la prima de la deuda, y otra distinta en que no sea función primaria de los Estados el habilitar los medios para el engarce sostenible, en todo momento -y no sólo en futuribles, por eficaces que a largo plazo pudieran ser-, de todos sus ciudadanos en la Sociedad que rigen. Por ello, no creo que sea posible prescindir de medidas intervencionistas, en el grado que la gravedad de las ocasiones lo requieran. Por supuesto que esas medidas deben ser apartidarias, profesionalizadas y tan transitorias como las circunstancias lo requieran. Si se entiende por liberalismo un "sálvese el que pueda", no puedo estar conforme.
Estimado Señor Rodríguez Braun:
Me temo que sus sospechas son más que acertadas. Se supone que el papel fundamental del Estado es arbitrar, no intervenir. Pero la adhesión a la UE supone una merma en el margen de maniobra de los estados en pro de presuntos “intereses superiores y comunes” lo que viene muy bien para justificar un incremento creciente del intervencionismo interestatal (mediante políticas comunitarias) y estatal (con la excusa de la aplicación de esas políticas). Así pues no interesa que ningún mercado sea libre, que se regulen mediante la ley de la oferta y la demanda, porque esto obliga a mantener la eficacia y eficiencia de los intervinientes con una mínima injerencia por parte del “poder superior”. “Estado del Bienestar”, llaman a la demagogia, el populismo y la intervención en manos de gestores nulos que se limitan a repetir la consigna “Papá Estado” bueno, “mercado” malo. Se ha diluido la vocación de servicio público primando los intereses personales de las castas privilegiadas, las de quienes se reparten el control de sus taifas con familiares y amigos tan incompetentes como ellos. No nos engañemos: Pese a aquel “Laissez faire, laissez passer” nunca han existido mercados realmente libres y visto lo visto, es altamente improbable que existan alguna vez. El sistema alimenta a demasiadas sanguijuelas como para que la cosa cambie. Al menos no mientras quede algo que chupar.
[Senex] Es que no ES función PRIMARIA de los Estados "el habilitar los medios para el engarce sostenible, en todo momento (...) de todos sus ciudadanos en la Sociedad que rigen".
El Estado que vd. describe se llama "estado del bienestar" (también tiene otros nombres menos benévolos, como "estado-niñera"), es algo demostradamente insostenible y viene a equivaler al árbitro de fútbol que favorece en sus decisiones al peor de los equipos en juego, de modo que se igualen sus resultados.
El Estado -a secas- debe ser administrador y garante, pero no interventor y manipulador (de ahí que al Estado y demás instancias públicas se les llame "La Administración": porque su labor es "administrar"). Por ello, lo que sí es función PRIMARIA del Estado es GARANTIZAR QUE NO SE IMPIDA "el engarce sostenible, en todo momento (...) de todos sus ciudadanos en la Sociedad que rigen", pero ni mucho menos habilitar medidas extraordinarias de inserción social (o, en el ejemplo del árbitro, que se garantice que todos los equipos puedan jugar pero que, una vez en juego, los partidos se arbitren con justicia y sin favoritismos).
Hay un refrán que dice que "no hay mal que por bien no venga". Este refrán tiene dos interpretaciones:
1.- (la más utilizada) No existe nada que sea absolutamente malo, de modo que siempre que sucede algo malo se puede buscar la parte buena que puede existir en dicho mal.
2.- (a la que me refiero aquí) Demasiado a menudo las cosas malas vienen con apariencia de buenas, revelando su maldad sólo cuando es demasiado tarde para evitar el daño. Cada una de ellas es un "mal que por bien viene", un "mal que viene con aspecto de bien".
Ese beatífico Estado benefactor que vd. describe, que interviene siempre lo mínimo imprescindible y sin otro interés que el bien común (lo que se desprende de su mención a las medidas "apartidarias, profesionalizadas y tan transitorias como las circunstancias lo requieran") es uno de esos "males que vienen con apariencia de bien", ya que en su descripción vd. ignora que el Estado está compuesto por personas adscritas a partidos, con sus propios intereses e ideologías y alteradas por el ejercicio de un Poder siempre corruptor cuya tendencia natural es a perpetuarse.
Así, el Estado en un mal (mal necesario, pero mal al fin y al cabo), que sólo tiene apariencia de bien cuando se cierran los ojos a su realidad y es descrito con atributos utópicos que no le son propios.
Y ahí está el problema: existe la tentación buenista de aceptar y favorecer la implantación de ese imposible Estado, entre idílico y utópico. Hacerlo lleva irremediablemente a la implantación del Estado en su forma más descarnadamente real, de dimensiones hipertrofiadas e intervencionista depredador de sus súbditos.
No crea que fantaseo, ya que la propia definición de "Poder" lo refleja: el hecho de ostentar "poder" político significa que se pueden hacer cosas que otros no pueden y hacerlas sin que los demás puedan negarse. A mayores cotas de "poder", más cosas se podrán hacer sin oposición, hasta llegar al extremo del "poder absoluto" ante el que ninguna oposición es posible. Ese "poder hacer cosas sin que se permita la oposición" no es sino el intervencionismo, es decir, la creciente disposición de bienes, derechos y libertades ajenas (de los ciudadanos) para uso del "poder" (de los políticos y del Estado).
Es por eso que el pueblo (titular de la soberanía de la que nace el Estado) debe establecer los medios para limitar el poder intervencionista del Estado, como describe la frase que he oído en ocasiones (cito aprox.): "Las Constituciones son las herramientas de que disponen los pueblos para protegerse de la voracidad de los Estados". Estas Constituciones deben establecer un mecanismo efectivo de control del Estado, que es la separación de poderes que enunció Montesquieu, poderes que se limitan, controlan y contrapesan mutuamente (y cuya fusión o desaparición degenera inexorablemente en tiranía).
El poder corrompe, y eso es inherente a la naturaleza humana. Así, para limitar la corrupción (y en tanto no cambie la naturaleza humana) es necesario limitar el poder mismo. Cerrar los ojos a esta realidad es tan irresponsable como ponerse bajo una avalancha porque no se esté de acuerdo con la Ley de la Gravedad.
Para finalizar, le recuerdo: las personas deben ser "iguales ante la Ley", no "igualadas mediante la Ley". En el primer caso, las personas despliegan libremente sus capacidades, mientras que en el segundo las ven cercenadas. Recuerde el ejemplo del árbitro injusto: el equipo que jugaba mal no jugará mejor porque le favorezcan, ya que está en su rendimiento natural (incluso se esforzará menos ya que fiará el resultado al favoritismo del árbitro), y al mismo tiempo el equipo que juega mejor dejará de esforzarse porque le desincentiva la parcialidad del árbitro, que le perjudica en sus decisiones. Al final, el rendimiento conjunto de ambos equipos será peor que el que sería con un árbitro justo.
Un saludo.