Sami Naïr conjetura en El País que como los políticos europeos no son suficientemente hostiles a la libertad, ello "vuelve más voraces aún a los mercados que, de ahora en adelante, lo quieren todo y les parece que nunca se hace bastante". Esta popular idea de que estamos rodeados de mercados que imponen cada vez más libertad frente a los Estados es extraña. Don Sami cree que los Gobiernos europeos han adoptado como estrategia de salida de la crisis "restricciones presupuestarias" y "privatizaciones masivas". ¿Dónde verá él que los impuestos se reducen apreciablemente?
No puede verlo, claro, y entonces se inventa una película sobre "una verdadera guerra de los mercados contra los Estados", donde del Estado del Bienestar europeo sólo quedan "restos". Que no, señor: los Estados europeos han sido y siguen siendo muy grandes, como cualquier observación somera de la realidad le demostrará. Y esa guerra no existe, aunque es verdad que los Estados pueden entrar en contradicción con sus propias políticas. Fueron ellos los que desequilibraron las finanzas privadas mediante la política monetaria y las finanzas públicas mediante la política fiscal. Si en un momento dado los gobernantes tienen déficits públicos de dos dígitos y resulta que no pueden obligar a los ciudadanos a que les entreguen su dinero a tipos de interés bajos, echarle la culpa de eso a "los mercados" no es serio.
Ante la temible posibilidad de una "nueva contrarrevolución social thatchero-reaganiana", así, en cursivas llenas de espanto, el columnista de El País pasa a sintetizar la salida progresista de la crisis. Todas sus recomendaciones apuntan a recortar aún más la libertad de los europeos: se necesita un gobierno económico, más intervención tributaria, más deuda pública, más gasto público. Concluye Sami Naïr: "Estas medidas tendrían un efecto de arrastre prodigioso". No hacia la libertad y la prosperidad, sospecho.