De todos es sabido el enorme déficit educativo que existe en España por obra y gracia de nuestro reverenciado sistema público, cuya característica esencial radica en dejar la educación de los hijos en manos de la clase política, sea ésta estatal o autonómica (tanto monta, monta tanto...). La cuestión es que dicha incultura es, si cabe, mucho más acentuada en materia económica y financiera. Hasta hace bien poco, el método tradicional de ahorro entre las familias españolas consistía, básicamente, en hipotecarse –mucho o poco– para comprar una o más viviendas. En resumen, acumular patrimonio inmobiliario como reflejo inequívoco de riqueza. La cultura del ladrillo y la tierra lleva inserta en la sociedad española desde hace décadas. No por casualidad este país presenta uno de los índices de inmuebles en propiedad más elevados del mundo desarrollado.
Sin embargo, esta particular forma de ahorro no es tal, ya que se levanta sobre dos errores básicos. En primer lugar, convertirse en propietario conlleva muy poco o nada de ahorro y sí mucho de deuda. La mayoría debe acudir a la ventanilla de un banco o caja para solicitar un préstamo hipotecario. Es decir, se endeuda. Y la deuda no es otra cosa que traer al presente el futuro ahorro que derive de su trabajo o actividad. De este modo, el particular consigue hoy un dinero del que carece a cambio, eso sí, de devolver el capital prestado más los intereses mediante los ingresos que genere en el futuro. Pero es evidente que la deuda no es ahorro, sino todo lo contrario, y su liquidación puede suponer auténticos quebraderos de cabeza si las expectativas de ingresos futuros no se ven satisfechas (desempleo, por ejemplo).
En segundo lugar, el manido lema de que "el ladrillo nunca baja" es falso de toda falsedad, ahora y siempre. Las crisis e, incluso, depresiones inmobiliarias –como es el caso de Japón o el reciente de Alemania– son procesos mucho más comunes y frecuentes de lo que muchos aún piensan. La actual debacle que sufre el mercado nacional es un claro y cercano ejemplo de ello, y seguro que dejará mella y memoria histórica en la generación que sufre sus efectos.
Así pues, descartada la compra de vivienda como forma tradicional de ahorro, ¿qué queda? El español medio suele acudir a bancos y cajas para depositar el dinero sobrante con el fin de ir acumulando su particular patrimonio, en este caso, monetario (líquido). Pero, nuevamente, a muchos se les ha caído la venda con la Gran Recesión internacional que estalló a partir de 2007: los bancos también pueden quebrar (más de 900 entidades, casi el 10% del sistema, lo han hecho ya en EEUU, más allá del famoso Lehman Brothers) o bien precisar un rescate a fin de evitar la insolvencia. En los últimos meses, por mucho que lo niegue el Gobierno o el mismísimo Banco de España, un sentimiento de inseguridad e incertidumbre se viene adueñando de un creciente número de clientes acerca de la supuesta fortaleza del sistema financiero, en general, y la solidez de su entidad, en particular. ¿Qué hago con mis ahorros?, preguntan muchos. ¿Corren peligro?, añaden.
No seré yo quien recomiende qué hacer en cada caso concreto, pero sí resulta conveniente tener un par de conceptos claros. Su dinero no está en la entidad. La mayor parte de su depósito ha sido prestado a una empresa o a otro particular. Es lo que se conoce, técnicamente, como reserva fraccionaria, un sistema por el que todo banco puede prestar mucho más dinero del que realmente posee en la caja fuerte, por explicarlo de una forma sencilla. Usted no ha depositado su dinero en el banco o la caja en cuestión sino que se lo ha prestado para que éste, a su vez, se lo preste a otros. En resumen, no es propietario de su depósito en sentido estricto.
De ahí, precisamente, que si la entidad quiebra el Estado tan sólo le garantiza por ley la devolución de hasta un máximo de 100.000 euros. Pese a todo, cabe señalar que, hasta ahora, no se ha producido ninguna quiebra bancaria en la UE gracias a los rescates públicos orquestados por los gobiernos (haciendo uso de sus impuestos presentes y futuros) y los préstamos extraordinarios del Banco Central Europeo.
Llegados a este punto, hay quien apuesta por aplicar la máxima de "meter el dinero debajo del colchón", lo cual es un grave error desde el punto de vista del ahorro, ya que el dinero papel (fiduciario) no conserva el valor con el paso del tiempo. Es decir, se deprecia de forma constante, ya que el actual sistema monetario internacional carece de respaldo real (patrón oro) y funciona a base de expansión crediticia (más dinero en circulación y, por tanto, pérdida de poder adquisitivo).
¿Qué queda? El ahorro por excelencia consiste en participar de ese extraordinario proceso de mercado que, de forma espontánea y natural, genera riqueza a base de satisfacer las necesidades de los demás, acumulando así capital desde hace siglos. Y la esencia del libre mercado, también llamado capitalismo, no se engañen, tiene nombre y apellidos: emprendedor, y su derivada institucional, llamada empresa. Y los títulos de propiedad de las empresas se negocian en la bolsa.
Invertir en bolsa siempre es rentable y satisfactorio a largo plazo. La fórmula de ahorro expuesta aquí es, pues, la misma que la ideada para propiciarse una jubilación de oro y, así, poco a poco ir creando una sociedad de propietarios y ahorradores. Pero para ello es necesario contar con cierta cultura financiera (value investing) o, al menos, conocer a quien la posea (gestores de fondos exitosos hay muchos y variados) para que invierta por usted. No depositar todos los huevos en la misma cesta e invertir parte del patrimonio en materias primas para protegerse de la inflación son, igualmente, un par de consejos básicos para saber ahorrar.