Anda el Gobierno sociata tratando de imitar lo que en su día hiciera Rodrigo Rato con buena parte de las empresas públicas. Estos chicos, como siempre llegan tarde y mal. No es que la privatización de algunas empresas, como AENA o Loterías y Apuestas del Estado, me parezca mal, sino que se me antoja insuficiente a todas luces. El problema de España, si se me permite un análisis focalizado, básicamente consiste en que gasta más que ingresa. Veamos, si una familia gasta más de lo que ingresa, sólo goza de dos posibilidadespara cuadrar sus cuentas, o bien pide un préstamo, o bien vende algo de lo que tiene y asunto arreglado. Cuando no puede optar por la primera solución, porque ya ni los usureros le prestan dinero, tiene que recurrir a la segunda vía. Sin embargo, esta familia debe asumir que su camino hacia la ruina es inminente, a menos que detenga la slippery sloope (espiral descendente resbaladiza) en la que se halla, y cuyo único remedio pasa por la contención del gasto y no por la realización del patrimonio.
El problema del Estado es muy similar: deben privatizarse las empresas públicas y los servicios que lo permitan, para ganar eficiencia en la producción y en la prestación del servicio, así como para evitar una competencia desleal con las empresas dignas de tal nombre. Esa es la razón, y no la necesidad imperiosa de tapar un agujero. Por tanto, privatícese AENA, la Renfe, Adif y las que hagan falta. Es evidente que las empresas públicas destinadas a la propaganda del gobernante convendría que desaparecieran en vez de privatizarse, porque el rescoldo del oprobio será menor. No encuentro justificación alguna a la existencia de más de treinta canales de televisión públicos de ámbito autonómico y estatal, cuando todos ellos son deficitarios. La venta de activos para equilibrar el déficit, sin acometer sus verdaderas causas, sólo implica migajas de pan para hoy y más hambre para mañana.
El verdadero problema de las cuentas públicas radica en varios puntos clave difíciles de asimilar por nuestros gobernantes. En primer lugar, el exceso de administraciones y la superinflación de funcionarios que conlleva. En segundo lugar, la obsesión de la prestación pública de la sanidad y la educación; cuando se ha demostrado que su prestación por empresas privadas reduce el coste casi en un tercio y mejora la eficacia y la eficiencia. A ver si alguien se entera de que, en nuestro país, los ciudadanos abogamos poruna sanidad y una educación de calidad, pero nos importa un pimiento que sea o no pública. En tercer lugar, la cultura de la subvención generalizada: hay que reducir las subvenciones, empezando por los billetes del AVE, siguiendo por la agricultura, y terminando por los botarates de los autodenominados "artistas"; ya que el público no los reconoce como tales. En cuarto lugar, el exceso de presión fiscal a la que nos vemos sometidas las rentas medias impide que seamos los ciudadanos, los autónomos, los pequeños empresarios, quienes tiremos de España hacia adelante. En quinto lugar, la fragmentación del Estado, los discursos de enfrentamiento de la periferia hacia el centro y el sectarismo político del centro hacia la periferia sólo fomentan un sentimiento cada vez más insolidario entre los distintos pueblos de España y un menor apego a la idea de un proyecto común único.
Por lo tanto, podrán vender la estatua de la Cibeles, el Museo del Prado, el Liceu o la Universidad de Salamanca, no obstante, mientras la sangre del esfuerzo de los contribuyentes siga derramándose por los cuatro costados de España, esto no se va a arreglar.