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Juan Ramón Rallo

Salgado ya admite que nos despeñamos

Mal asunto cuando el Gobierno está más preocupado por que Alemania no nos quiera rescatar que por implementar las reformas necesarias para no necesitar ser rescatados.

Supongo que ahora, en perspectiva, seremos capaces de apreciar de manera mucho más nítida el disparate que ha supuesto colocar a un mentiroso compulsivo y a un sectario subproducto del izquierdismo más cerril en la presidencia del Gobierno. Recordemos simplemente sus desnortadas declaraciones y decisiones de hace apenas unos meses cuando, ante el transitorio estrechamiento de los spreads con el bono alemán, Zapatero proclamaba el fin de la crisis de deuda europea y volvía a alimentar sus más primitivos instintos despilfarradores. Con este buey simplemente no hay manera de arar: un plan de austeridad destinado a mejorar nuestra solvencia a 10 ó 20 años vista no puede rectificarse a los dos meses porque los tipos de interés de tu deuda se estén reduciendo: ¿acaso no es ésa una de las muestras de especulación cortoplacista más escandalosas que existen?

Y si la cabeza del Gobierno está podrida, qué no pasará con sus extremidades. Hoy mismo, tras la enésima explosión de nuestros diferenciales, a la ministra de Economía, Elena Salgado, sólo se le ha ocurrido lanzar dos mensajes para mostrar la sensatez de quienes nos gobiernan: la culpa de todo lo que está sucediendo la tienen la fracasada Merkel y el Partido Popular. Nada que ver, claro, con su gestión, tan impoluta como para carecer o inaplicar un Plan B con el que hacer frente a una situación como la actual. No en vano, si asumimos que los incendios son imposibles, ¿para qué necesitamos a los bomberos?

El problema es que el incendio no sólo no era improbable, sino que ya nos está abrasando. Y, como de costumbre, Salgado dice inconscientemente más de lo que querría. Al cabo, si nuestra ministra de Economía echa las culpas a Merkel de la escalada de nuestros tipos de interés por advertir a los inversores de que se acabaron los almuerzos gratuitos y de que se aplicarán quitas a la deuda de los países en default, ¿no está reconociendo Salgado que nuestra deuda sí es una de esas que pueden verse afectadas por las quitas? De no cargar con un riesgo serio de impago, difícilmente nuestra deuda se habría visto afectada por la sensata dureza de Merkel, tal como sostiene la ministra.

Mal asunto cuando el Gobierno está más preocupado por que Alemania no nos quiera rescatar que por implementar las reformas necesarias –especialmente reducción enérgica del gasto público y liberalización total del mercado de trabajo– para no necesitar ser rescatados.

Pero aquí nos topamos con la otra boutade de Salgado que dice más de lo que ella querría. Si el Gobierno cree que existe un riesgo cierto de quiebra, ¿a qué viene negarlo? Es más, ¿a qué viene exigirle al PP que arrime el hombro y "genere confianza" poniéndose una venda en los ojos? Está claro: el Gobierno no sólo quiere engañar a Alemania para que nos rescate, sino también a los inversores internacionales para convencerles de que no existe riesgo alguno de impago. Generar confianza en el argot zapaterino es igual a mentir y a falsear la realidad. Podría colar si los inversores fueran tontos de remate, pero por lo general no lo son y más cuando ya le han tomado la medida a este Ejecutivo.

¿Por qué no cambiar de perspectiva? En lugar de esperar que Alemania nos rescate y que seamos capaces de timar a quienes nos prestan su dinero, ¿por qué no generar confianza, no ya reconociendo la gravedad de la situación, sino poniendo todos los medios para reconducirla y evitar la suspensión de pagos? Muy simple, recuerden una vez más: "la salida de la crisis será social o no será". Zapatero sólo está dispuesto a que sobreviva España mediante mentiras socialistas, no mediante reformas antisocialistas.

Por eso, precisamente, la primera y más urgente reforma es echarle de La Moncloa. Eso sí generaría confianza, aunque sólo fuera porque la situación podría mejorar. Con él ya tenemos todos claro que nos despeñamos; al parecer, incluso Zapatero y Salgado lo tienen claro. Patriotismo, lo llamaban.

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