Puede que la resaca de las catalanas y la borrachera del Barça-Madrid no dejen espacio a muchos más titulares, menos aun cuando esos titulares nos vuelvan a recordar, aguafiestas, que los años de carnaval ya terminaron y que nos encontramos en el filo de la navaja. Pero así están las cosas: los tipos de interés de la deuda pública española sigue con su progresivo pero imparable aumento y ya se sitúan en el 5,35%, 260 puntos por encima del bono alemán. Nuevo récord, nuevo clavo a nuestro ataúd.
No sé si desde La Moncloa están esperando un milagro que revigorice al zombie español, si ya se han resignado a salvarlo con tal de no aplicarle un electroshock "antisocial" y sólo están buscando alguna fecha para el sepelio o si estamos preparando el traslado a una clínica alemana. Lo ignoro, y confío en la capacidad de los médicos teutones para imponer su diagnóstico, pero conociendo la fanatización de la izquierda española, su hermetismo ante los hechos y ese punto de superchería New Age, cabe la posibilidad de que se encomienden a los santurrones hasta que las moscas y el hedor muestren que el cuerpo ya no admite rescate alguno.
Convendría, no obstante, tener bien claro que los potingues que ahora propugnan los curanderos de la izquierda no son más que eso: un fraude para desviar la atención del auténtico foco de infección. Porque si no fuera ya suficiente con volverles a oír repetir sus monsergas sobre los pérfidos especuladores que desde Zürich, la Trilateral y Bildelberg dirigen el mundo y que en sagrada alianza pretenden tumbar al Gobierno de progreso de Zapatero, ahora insisten en que la solución a todos nuestros males pasa por que el Banco Central Europeo inicie una compra a gran escala de deuda española.
Quién les ha visto y quién les ve. Después de machacarnos durante tres años con la consigna de que la crisis financiera se debía a que la desregulación había permitido a los codiciosos bancos estadounidenses cargar sus balances con activos basura, los izquierdistas instan ahora al banco de los bancos a que haga lo propio con la deuda pública española. Política de estado, ya saben.
Porque señores, sí, es evidente que el BCE, dándole a la manivela de la imprenta, puede monetizar nuestras emisiones de deuda de este año, en cuyo caso los especuladores saldrían bastante escaldados. Pero aun en ese caso, y dejando de lado el impuesto inflacionario, nuestros problemas reales permanecerían: un enorme déficit que se resiste a reducirse, cinco millones de parados que no generan ninguna riqueza y unos pasivos futuros en materia de pensiones explosivos. Nuestro escollo se llama insolvencia y eso ni siquiera el Banco Central Europeo puede remediarlo, ¿o es que acaso no se han dado cuenta de que, aun cuando el BCE compre nuestra deuda, habrá que pagarla en algún momento?
Sin reformas drásticas –en el gasto público y en las rigidísimas regulaciones que impiden que la economía se reestructure– nos vamos al hoyo, con o sin providencial intervención del banco central. Por tanto, cuanto antes las implementemos, menos dura será la caída. Y por si los prejuicios de la izquierda le impiden darse cuenta de que a medio plazo estaríamos quebrados en cualquier caso, los odiosos especuladores, por suerte, están ahí para recordárselo y anticiparle al presente algo del dolor futuro.
Ya sé que Zapatero y los socialistas preferirían irse de rositas, dejando la despensa carcomida y endilgándole el marrón de la suspensión de pagos al pringado que gobierne en 2016 ó 2020. Pero para eso están los especuladores: para que el futuro se convierta en hoy y para que los gobernantes nefastos tomen un poquito de su propia medicina.
La pelota está ahora en el tejado de los socialistas: ¿antepondrán la prosperidad de los ciudadanos a sus dogmas ideológicos o, en cambio, dejarán que éstos nos aplasten? Yo no apostaría por que defenestren a ZP y le den una oportunidad a ese libre mercado cuyo funcionamiento odian e ignoran a partes iguales. Pero en todo caso, al ritmo que vamos, no tardaremos mucho en comprobarlo.