Si la última solución para arreglar todo esto es el Rey de España, creo que se pueden ir olvidando los grandes y desesperados empresarios españoles que le han pedido amparo estos días ante el silencio administrativo de Moncloa, porque esto no tiene solución. Tiempo le habrá faltado al monarca, tras que el último empresario saliera consolado por la puerta de Zarzuela –"vámonos a acostar porque estos señores se querrán ir"–, para, al campechano modo (que escribiría José García Domínguez), telefonear a Zapatero y contarle el extravagante propósito de que se pretenda que un jefe del Estado atienda sobre el Estado. Porque tampoco se trata de dramatizar, pues eso desmoviliza a la sociedad.
Zapatero, al parecer, se va a reunir próximamente con grandes empresarios españoles (no necesariamente coincidentes con los grandes empresarios del apartado anterior) para exigirles la solución a los males del país, cuando los grandes empresarios españoles habían tenido la cándida idea de rogarle lo mismo a Zapatero, porque habían oído algo de que gobierna. No sabemos aún a quién se lo va a pedir el Rey, pero lo fundamental del asunto es que ahí se pasará un rato muy agradable. Si en las dos primeras personas en que pensaron los grandes empresarios españoles todos para solucionar la acelerada decadencia de España han sido Zapatero y don Juan Carlos de Borbón, es que ya sólo queda pillarse una antorcha, junto a los de Esquerra, para ir de adoración nocturna a pedirle consejo a la energía remanente del fusilado independentista Companys, que cuentan que mora en el castillo de Montjuïc, por ver si a la energía remanente se le ocurre
algo.
Si la cosa ha llegado a estar tan grave como para señalar, según los empresarios, que el problema de españa no es de crisis económica, sino institucional y político, y manifestarlo ante quien lo sabe a la perfección porque estaba presente cuando en la transición se creó intencionadamente el problema (como aquel alcalde franquista que se presentó a las elecciones democráticas diciendo con autoridad incontrovertible aquello de "yo soy el único que conoce la problemática de este pueblo porque fui yo quien la creó"), entonces aquí va a ocurrir como en el viejo chiste barato de la serpiente.
El viejo chiste barato de la serpiente es aquel en que dos exploradores van por la selva y una serpiente venenosa va y le muerde a uno de ellos en miembro "non sancto", como siempre ocurre en los viejos chistes, sobre todo si son baratos. O sea, se les presentó a los exploradores un auténtico problema institucional y político, de una delicadeza muy pronunciada, que exigía soluciones firmes y permanentes. El explorador con más suerte, con rapidez, saca su manuel de instrucciones para casos semejantes. Lee: "es preciso practicar una pequeña incisión y chupar fuerte el veneno, y luego escupirlo. Repetir la operación una y otra vez". "¿Qué dice el libro?", pregunta la víctima. "Nada, que te mueras". Pues, si el remedio para la cosa es el tío político de Mohamed VI, resulta que el libro de instrucciones para salir de esto no dice nada de nada, señores, sólo "que te mueras, España".
José Antonio Martínez-Abarca
Que te mueras, España
Si el remedio para la cosa es el tío político de Mohamed VI, resulta que el libro de instrucciones para salir de esto no dice nada de nada, señores, sólo que te mueras, España.
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