Los domingos por la noche son los días preferidos por los políticos para sus enredos, sin la estrecha vigilancia de los mercados, la prensa o los ciudadanos. Por eso, con nocturnidad dominical, los políticos europeos han anunciado el rescate de Irlanda, a la que inyectarán 90.000 millones de euros. Ha caído la segunda pieza de ese dominó financiero que comenzó con Grecia, y que puede seguir con Portugal y España. No era de extrañar, por tanto, que fueran los políticos ibéricos los que aparentaban mayor preocupación por el país celta. Al fin y al cabo, de esa forma, cuando lleguen sus respectivos rescates parecerá lo más normal del mundo.
Los gobernantes europeos han aprovechado la ocasión para chantajear a Irlanda para que suba sus impuestos, haciéndonos creer que el problema es que era demasiado libre. Que sus políticos quitaban demasiado poco dinero a los irlandeses, vamos. El comisario europeo de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, ha afirmado que "Irlanda dejará de ser un país de baja fiscalidad tras el rescate", aunque no menciona que eso dificultará la reestructuración bancaria que el país necesita.
Irlanda, en efecto, apostó por una política poco intervencionista, con baja presión fiscal y libertad económica. De esa manera, se favoreció la creación de empresas, el aumento del empleo y la llegada de la inversión extranjera, generando un milagro económico que ha situado a Irlanda como la segunda mayor renta per cápita de la Unión Europea después de Luxemburgo. Muchos políticos y comentaristas de tendencia socialista afirman que fue esta creación de riqueza la culpable del colapso del sistema financiero irlandés, y de su posterior contagio a las cuentas públicas. Entonces, ¿cómo es posible que esté en el mismo saco que Grecia, Portugal o España, de impuestos altos e intervencionismo económico?
La respuesta es que el problema no fueron los bajos impuestos, ni una excesiva libertad económica. La causa del colapso fue la salvaje expansión monetaria ejecutada por los bancos centrales –que son órganos de planificación centralizada– y la fijación de tipos de interés artificialmente bajos, que provocaron burbujas arbitrarias allí donde las autoridades monetarias iban señalando. Por ese motivo, y no por los bajos impuestos, el sector inmobiliario sufrió una subida de precios de un 187%. Esto a su vez provocó una hipertrofia bancaria, de forma que el tamaño de los pasivos bancarios se disparó hasta ser diez veces el PIB del país. Ahora que el precio de los activos, las casas, se ha desplomado, el agujero financiero que resulta ha arrastrado al gobierno en su primer intentó de taparlo, y requiere un rescate que hipoteca a los contribuyentes europeos y pone en peligro al euro.
Muchos ciudadanos europeos que ahora sufren las consecuencias de este desastre piden, con razón, que los culpables paguen los platos rotos. No dejemos que los políticos no engañen afirmando que tienen que pagar los ciudadanos y las empresas con subidas de impuestos, ni a la libertad económica, que en el sector monetario e inmobiliario brilla por su ausencia. Los culpables son las autoridades monetarias con su impresora de billetes, y los políticos que se han beneficiado de ello con la expansión, ahora insostenible, de su poder económico.