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GEES

Yo rescato, tú rescatas... nosotros quebramos

Conviene no engañarse: no existe el último rescatador inmóvil. De lo que se trata es de las quiebras ordenadas y de la asunción organizada de las pérdidas.

Se entiende que esto empezara con Grecia. Aristóteles buscaba el último motor inmóvil. Nosotros el último rescatador que no necesite ser rescatado.

Recapitulemos. Bajo el dudoso argumento económico y jurídico de la imperiosa urgencia, al que Bernanke añadía el inefable "no hay ateos en las trincheras ni ideólogos en las crisis financieras", dando a entender que había que derogar el marco jurídico y la racionalidad económica cuando lo requiriesen las circunstancias políticas, el Estado americano rescató de la quiebra a los bancos de negocios americanos. Esta transformación de los riesgos privados en públicos, justificada para evitar una repetición del vaciamiento de los fondos bancarios sucedida en 1929, fue copiada por todo el planeta.

Como es natural no todo el planeta goza de la solvencia –hoy evaporada– del Estado que lidera la economía mundial. De hecho, por definición, todo el resto del mundo tiene menor solvencia. Finalizada la transferencia del riesgo, las cuentas públicas de estos países asumieron un enorme déficit al que se añadió, a modo de guinda sobre el pastel, la retahíla de planes de estímulo. Estos los puso también de moda Estados Unidos, porque, y esto tenía gracia, haber salvado a los bancos y haberlos sustituido a través de los bancos centrales era insuficiente, había que usurpar su labor de instrumentos crediticios, porque, con todo, seguían siendo incapaces de prestar. De modo que, una vez premiados los bancos que habían actuado incorrectamente, y los demás, ya fueran banca al por mayor, o no, eran ahora las cuentas públicas, ¡abracadabra!, las que tenían el problema. Nada resuelto, todo desplazado.

En el área del euro esto significaba la zozobra de aquellos países en donde, a) más menudearan las empresas de préstamo en dificultades; y b) menos cuidado se hubiera tenido con el gasto público. Pero daba igual, se decía esta primavera, porque se violarían los tratados para establecer un mecanismo de rescate, y porque, estando entrelazadas las economías de los países del euro en cuanto a la distribución entre acreedores y deudores de la deuda, no compensaba dejar suspender pagos a los países más problemáticos.

Así que la bola de nieve siguió creciendo. Ahora se pretende, cuando Irlanda no puede emitir deuda, en un más difícil todavía que el trapecista irlandés sigue rechazando, salvar las necesidades de financiación de España y Portugal, a costa de la isla celta. Se busca forzar a esta a pedir la aplicación de este mecanismo, que es ilegal, y que tampoco necesita hoy, para salvar a otros. Y eso que en Irlanda llueve sobre mojado, si se permite la expresión, porque ya se le obligó a repetir el referéndum en el que dijo que no quería el tratado de Lisboa. De manera que ante la reticencia irlandesa, se ha anunciado un plan B de comisiones, ayudas y parabienes varios para engañar el hambre bolsístico un par de días.

Evidentemente aquí ya no se rescata a nadie. Prueba de ello es que se ha pedido a Inglaterra, tenedora de un alto porcentaje de la deuda público-privada irlandesa y, por tanto, acreedora, que acuda al presunto rescate con los países del euro. Lo que equivale a una quita aplicada a los que han prestado a Irlanda y una renegociación de su deuda, cuando no ha quebrado aún –puesto que tiene dinero para pagar a corto plazo–. Todo esto con la idea de que las siguientes piezas del dominó: Portugal y, sobre todo, España puedan seguir financiando sus gastos con más deuda.

Conviene no engañarse: no existe el último rescatador inmóvil. De lo que se trata es de las quiebras ordenadas y de la asunción organizada de las pérdidas, de momento entre actores públicos, que Merkel había ya dispuesto para Europa a partir del vencimiento del actual mecanismo de rescate en 2013. Lo tremendo, dado que las cosas hoy día evolucionan que es una barbaridad, es que ya estamos incumpliendo este mecanismo de rescate, que de por sí es ilegal, y seguimos vagamente las líneas generales del sistema de quiebras ordenadas que estaba destinado a sustituirlo, sin que haya sido aprobado todavía.

La realidad, al final, acabará por alcanzarnos, pero es esencial que se reflexione acerca de la volatilización de la seguridad jurídica y de la racionalidad económica de los últimos dos años. Al final, tenemos la impresión, habremos perdido dos años y no habremos ahorrado ni una pizca de sufrimiento. ¿Merece la pena destinar tanto esfuerzo para engañarnos los unos a los otros y acabar en el punto de partida? Asúmanse las pérdidas, cada uno las suyas, y partamos de ahí. No había otro remedio en 2008, no hay otro remedio hoy.

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