Los habrá que en estos momentos miren con envidia a Estados Unidos por contar con una moneda propia. Irlanda se está desmoronando y no puede recurrir a su banco central para salvarse. Allí, en cambio, está Bernanke el inflacionista, que en un plis plas ha aprobado un Quantitative Easing 2 que ha permitido monetizar la friolera de 600.000 millones de dólares en deuda pública sin despeinarse. ¡E Irlanda sólo necesita 90.000 millones de euros para salvarse! "Los rigores del euro son excesivos", pensarán los monetaristas, muchos de los cuales ya llevan meses comparándolo con el patrón oro. "Si pudiéramos inflar la oferta monetaria, nada de esto pasaría...", sollozan.
El problema de este argumento es la tremenda falta de perspectiva. Estados Unidos recapitalizó todo su sistema bancario con apenas un 4% de su PIB, el mismo porcentaje, por cierto, que supone el programa de monetización de deuda de la Fed. Son unas pérdidas brutales, cierto, pero manejables para una economía tan grande como la estadounidense.
Trasladémonos a Irlanda. El tamaño de su sistema bancario es de 1,3 billones de euros y todo el PIB del país apenas llega a los 0,15 billones (billones españoles, con doce ceros); eso significa que el tamaño de la banca es unas nueve veces el de toda la economía. O dicho en román paladino, si los bancos irlandeses tuvieran un agujero en sus balances de alrededor del 10% de sus activos –algo nada improbable en una crisis bancaria como la actual en la que la garantía del principal activo de la banca, las hipotecas, se ha depreciado un 40%– el Estado irlandés sólo podría recapitalizarlos emitiendo deuda pública equivalente al 90% del PIB del país. Totalmente inviable, como comprenderá el lector. Una depreciación del 10% de los activos de la banca lleva a la quiebra del Estado, ya se está viendo.
Ahora valoremos la alternativa. ¿Y si el Irlanda todavía contase con la libra irlandesa en lugar de estar sometida al corsé del euro? Bastaría con que el Estado acudiera a su banco central y monetizara 90.000 millones de deuda pública. Todo arreglado... o tal vez no. Semejante operación acarrearía una depreciación brutal de la divisa y un agravamiento del pánico bancario en el país: los depositantes acudirían en masa a sacar su dinero de los bancos para intercambiarlos por dólares, yenes, oro o cualquier activo que les permitiera conservar el valor de sus ahorros. La situación se volvería tan inmanejable que el Estado irlandés se vería forzado a establecer un control de cambios y cerrar las fronteras: durante unos meses el país se convertiría en una autarquía que ahogaría la economía productiva y dispararía el desempleo.
¿Que cómo puedo profetizar semejante apocalipsis? Porque ya ha sucedido: Islandia. En 2008 el país trató de rescatar con su propia moneda a su sistema bancario y no lo logró –en parte por el enorme endeudamiento en divisa extranjera–. Todo su sistema bancario se deshizo y finalmente tuvo que ser rescatada no por la Unión Europea, pero sí por el FMI.
El problema, pues, no es el euro, sino padecer un agujero cercano al 100% del PIB. De hecho el Banco Central Europeo ya lleva demasiado tiempo haciendo demasiado por sostener al sistema bancario irlandés: ahora mismo le está prestando 120.000 millones de euros, un monto equivalente al 80% del PIB del país. De haber tenido un banco central propio, nunca se hubiese podido permitir una expansión crediticia semejante y su banca ya hubiese caído en suspensión de pagos hace años; Irlanda sobrevive hoy gracias al crédito alemán: no a pesar del euro, sino gracias al euro.
En definitiva, la solución no es sencilla, pero ciertamente ni inflar ni rescatar parecen las opciones más recomendables. Es hora de pensar en alternativas: los bancos más sólidos deberían capitalizar su deuda; los absolutamente insolventes –como el Anglo Irish Bank, cuyo agujero asciende al 50% de sus activos– deberían empezar a aplicar quitas a sus acreedores y ser desmantelados. No hay otra; bueno sí, expoliar al contribuyente alemán y romper la unión monetaria. Pero descarte, en ese caso luego vendríamos inmediatamente nosotros.
N. B: El euro se parece algo al patrón oro clásico, pero no es equiparable ni mucho menos. Si la Unión Europea y Estados Unidos compartieran algo así como el patrón oro, la expansión crediticia nunca hubiese alcanzado los descomunales límites actuales y no hablaríamos de sistemas bancarios diez veces mayores que el PIB del país.