Merkel dijo hace cuatro años que Alemania había dejado de ser el enfermo de Europa. Lo dijo cuando la economía comenzaba a despuntar y el paro dejaba de crecer. Pero la crisis financiera arrastró al país como hizo con el resto. Hoy Alemania vuelve a crecer con fuerza y sus productos ocupan un lugar creciente en las estanterías de todo el mundo. No es ya que Alemania no sea el enfermo de Europa, sino que es la única gran economía europea que parece haberse zafado de la crisis.
Esta es una historia que comenzó en 1998 y que hoy nos resulta muy familiar. Entonces llegó al Gobierno alemán Gerhard Schröder dispuesto a gastarse el rico tesoro del Estado en programas sociales. Pero le tocó lidiar con una crisis económica que amenazaba no ya la viabilidad de sus promesas, sino de todo el Estado. Atrapado en un choque violento entre su discurso y la realidad, Schöeder optó por hacer lo contrario de lo que había prometido. Reformó el Estado de Bienestar, como lo había hecho Bill Clinton en 1996.
También cambió las bases del mercado laboral, en un momento en el que el paro crecía hasta los cinco millones de personas. Recortó el período en el que se cobra la prestación. Pero lo más importante es que se acabó con la negociación colectiva, una de las exigencias del FMI y del Banco de España para nuestro país. También se facilitó la contratación de trabajadores temporales. Todo ello ha posibilitado en los últimos años que empresas y trabajadores acuerden el modo que más le convenga para hacer frente a la crisis. Ambos han optado por trabajar menos horas y ganar menos frente al modelo español, que lleva a todos a la calle. Más recientemente, Alemania ha optado por la contención en el gasto y por la rebaja de impuestos. Y sigue reformando tanto el Estado de Bienestar como el mercado laboral.
Zapatero se encuentra en una situación parecida a la de Schöeder en 2003, cuando se vio abocado a las reformas. A los dos les estalló la crisis en su segunda legislatura. Pero mientras el alemán prefirió envainarse sus preferencias y salvar a su país, Zapatero no teme llevarnos a la ruina. Una ruina que ni siquiera tiene por qué ser ni la suya ni la de su partido. Así nos va.