Será la insolidaridad intergeneracional, pero me cuesta entender que los más jóvenes, por ejemplo en Francia, se manifiesten para impedir cualquier reforma del sistema público de pensiones; a saber, ese timo piramidal por el cual ellos están sufragando la temprana jubilación de sus mayores a cambio de que nadie sufrague la suya cuando lleguen a la ancianidad. Porque, tal y como está invertida la pirámide a día de hoy, la cuestión dentro de unos años será ésa: si la Seguridad Social colapsará antes o después; si se tendrán que reducir las pensiones mucho o muchísimo; si la edad de jubilación se retrasará hasta los 70, los 75 o los 80; y si las cotizaciones de los proletarios serán todavía más gravosas de lo que ya lo son.
Pero hoy la cuestión es otra. Los sistemas públicos de pensiones europeos son tan eficientes que tienen que arrebatar alrededor del 30% del salario de los trabajadores para sufragar unas pensiones míseras o tirando a míseras; así en España, así en Francia. Al tiempo, la tasa de desempleo juvenil alcanza la sangrante media del 20,5% en la Unión Europea: el 22,5% en Francia y el 42,1% en España. Nada que ver, deben de pensar los cráneos más privilegiados. Todo o casi todo que ver, deberían de concluir quienes poseyeran la más elemental noción de economía.
Porque el paro persistente y estructural tiene una causa –una– y es que los salarios que desean percibir los trabajadores (o se les obliga a percibir vía salarios mínimos y convenios colectivos) son superiores a su creación de valor dentro de la empresa. Venimos de unos años donde muchos precios –incluidos muchos salarios– se inflaron de manera insostenible gracias a la hinchazón crediticia; normal que con su contracción muchos precios –incluidos muchos salarios– deban ajustarse a la baja. Nadie se sorprenda, pues, del desempleo: aquellos mercados donde los precios se mantienen artificialmente altos se caracterizan por la acumulación de excedentes productivos que no pueden colocarse a los consumidores; tal es el caso del ejército industrial de reserva que estamos creando en Occidente gracias a nuestra envidiable rigidez salarial.
Por supuesto, la vida sería mucho más sencilla si en lugar de bajar salarios redujéramos nuestras mordientes contribuciones a la Seguridad Social, porque lo relevante para aquellas industrias en crisis no es que los salarios caigan, sino que lo haga el coste de la contratación; y un 30% de este coste de contratación –ahí es nada– son contribuciones a la Seguridad Social.
Pero claro, nuestro descompuesto sistema pública de pensiones no puede permitirse renunciar a ese tercio de salarios si es que quiere sobrevivir unos añitos más en su moribundo estado actual. Así que ya lo tienen: nos quedamos con salarios demasiado altos, con contribuciones demasiado elevadas y con tasas de paro insoportables. ¿Respuesta entre los damnificados? Nada, los más jóvenes salen a la calle para entonar el vivan las caenas, para celebrar y exigir la permanencia del sistema que, primero, les imposibilita constituir un amplio patrimonio a lo largo de su vida laboral y que, ahora, les impide que posean siquiera una vida laboral.
La contrarrevolución de los ni-nis iniciada para perpetuar la explotación del politicastro. Dentro de 40 años se lo encontrarán: sin patrimonio, sin "derecho a" jubilarse a los 65 o a los 70 y con una pensión pública residual. Pero ojo, la culpa será del capitalista de turno, de los Apple, Google, Wal Mart o Mittal del futuro. Todo muy lógico, sí señor.
Y en casa, nuestro flamante –por sus ideas– ministro de Trabajo se estrena reclamando que el gasto público en pensiones se incremente un 50%. Nada hombre, que por lo visto un 42% de desempleo juvenil le sabe a poco.