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¿Es Europa irreformable?

La fiebre del Tea Party, que comenzó cuando un reportero dijo que ya valía de gastos y deuda, se dispone a dar un toque al presidente. Este toque, óigase bien, es la última campana de atención para despertar a la reserva espiritual de Occidente.

El socialismo real –cien millones de muertos– cayó derrotado junto al Muro de Berlín, pero el socialismo "ficticio" –cien por cien de deuda pública–, se está resistiendo a irse al basurero de la historia.

La Unión Europea discutía estos días si procedían sanciones automáticas por el incumplimiento de los criterios de Maastricht sobre el déficit y la deuda pública. No proceden.

En Francia, una modesta reforma de las pensiones destinada a tirar, todo lo más, hasta 2020, ha encontrado resistencia sindical y, según dice alguna encuesta, de casi dos tercios de los franceses, encantados con la paralización del país.

En el Reino Unido, donde los recortes son más generalizados, y más aceptados en apariencia, el sector más retocado es el de la Defensa, sin que nadie haya chistado por ello.

Por fin, en España, todo debe ir muy bien, pues podemos seguir colocando deuda en los mercados internacionales y renunciar a pensar con qué la pagaremos.

Dicho pronto y mal: las reformas son obviamente necesarias y racionalmente imprescindibles. Sin embargo, la ciudadanía parece en muchos casos negar la realidad, empeñándose en endosar la factura a las generaciones futuras. Estas, a su vez, son tan absolutamente insensatas o manipuladas, como en Francia, como para salir a la calle a apoyar las reclamaciones de sus verdugos. Es decir, desde el punto de vista de la mentalidad: media Europa se resiste a tolerar la verdad. Tanta insistencia amenaza con hundirla entera.

Si son necesarios recortes que no pueden hacerse porque existe una oposición suficiente a los mismos, parece evidente que lo que se está presentando por cierta prensa como una opción social por encima de las exigencias económicas es en realidad un suicidio a corto plazo. Sólo Alemania y Holanda aparecen como países responsables con sus cuentas públicas, y sinceros con su situación. Aunque es cierto que ya no tienen que oír lo de esta primavera, en la que eran castigados por "ahorradores" por la ministra francesa Lagarde, tampoco están siendo felicitados por su crecimiento, ni por el hecho de que su frugalidad sea la que está sosteniendo al euro, que permite a su vez endeudarse a los países en dificultades.

Entretanto, en el otro lóbulo de Occidente parece que el debate se ha abierto y cerrado con un resultado algo menos desalentador. Obama, se preguntaba el columnista Krauthammer, ¿es indonesio, de Chicago o de Hawaii? No, es sueco, se respondía, apuntando a su deseo de convertir a los Estados Unidos en una economía socialdemócrata europea. Es difícil negarle los méritos: rescató a los bancos, apoyó a las empresas semipúblicas que proporcionaban las hipotecas, aprobó la financiación obligatoria de la sanidad, y sacó adelante un plan dizque de estímulo de más de 800.000 millones de dólares. El resultado: 9,6% de desempleo y dudosa recuperación sostenida por la ingeniería financiera de la Fed, y la impresión de dólares a mansalva. En comparación, el 9,3% de la economía francesa se antoja un resultado espectacular. Y, claro, poner a Estados Unidos en cifras francesas tiene que tener consecuencias. De ahí que la fiebre del Tea Party, que comenzó cuando un reportero dijo que ya valía de gastos y deuda, se dispone a dar un toque al presidente. Este toque, óigase bien, es la última campana de atención para despertar a la reserva espiritual de Occidente.

O se recuperan los principios de la ortodoxia económica, no para ponerlos en un tratado y amenazar con sanciones, sino para aplicarlos, o estaremos condenados a la pobreza por varias generaciones. Y quién sabe si, como coinciden el socialista asesor de Mitterrand, Jacques Attali, y el historiador inglés Niall Ferguson, a la ruina de la civilización occidental y la compra de sus restos arqueológicos por los tenedores de nuestra deuda en el Asia o en el Golfo.

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