Hay algo peor que no acometer la reforma que acabe con la excesiva rigidez que padece nuestro mercado laboral. Y es convencer a los españoles de que ya se ha llevado a cabo cuando, en realidad, no se ha hecho. Esto es lo que han logrado, en buena medida, Gobierno y sindicatos con ese doble paripé que constituye tanto el simulacro de reforma laboral aprobada por el Gobierno, como la subsiguiente huelga con la que los sindicatos debían simular sus supuestas discrepancias.
No seré yo quien niegue ahora el clamoroso fracaso de convocatoria cosechado en la pasada huelga –el mayor que hayan experimentado nunca los sindicatos–, ni tampoco el que dude del cada vez más generalizado hartazgo que, entre los trabajadores, provocan estos parásitos que se apropian de sus derechos y viven de sus bolsillos. Sin embargo, este fracaso no hace sino aun más meritoria la consecución de los objetivos que los sindicatos buscaban con la huelga.
Con esta protesta, los sindicatos ya no tienen en su debe el no haber hecho una sola huelga general a un Gobierno que nos ha conducido a los cuatro millones y medio de parados. Por otra parte, los sindicatos han neutralizado en gran medida a quienes han venido reclamando la reforma laboral como uno de los cambios esenciales para remontar el vuelo en el empleo. CCOO y UGT ya no aparecen como cómplices de una política económica que va a seguir aumentando el paro. Por el contrario, los sindicatos podrán presentar –ya lo están haciendo– este incremento del desempleo, no como prueba de la insuficiencia de la reforma, sino como prueba de que la reforma era innecesaria o incluso contraproducente.
Así, y ante el último y nuevo incremento del paro, ¿acaso han sido los miembros del principal partido de la oposición –supuestamente partidarios de una reforma de mayor calado– quienes han salido en tromba contra el simulacro de reforma laboral aprobada por el Gobierno? No, han sido y, me temo, seguirán siendo los sindicatos.
Poco importa que el último informe del FMI, que reduce a la mitad las previsiones de crecimiento del Gobierno y que duda de su compromiso con la reducción del déficit, vuelva a denunciar la excesiva rigidez de nuestro mercado laboral. Tanto el griterío de los sindicatos como, sobre todo, el silencio de la oposición han convencido a muchos de que la reforma laboral ya se ha producido.
Algo parecido pasa con la supuesta lucha contra el déficit. Las medidas presentadas por el Gobierno han sido tan insuficientes como injustas y tardías. Sin embargo han servido, al menos durante un tiempo, para encubrir lo que en realidad es una política destinada a generar un mayor gasto público. Y es que a veces hay que dar un pasito para atrás para coger impulso, y eso es exactamente lo que ha hecho el Ejecutivo de Zapatero para proseguir su huida hacia adelante.
Dejo al margen el éxito de los sindicatos al lograr que su fracaso de convocatoria no sólo no se haya traducido en la lógica dimisión de sus dirigentes, cosa que se debería haber producido de no estar los ciudadanos "huérfanos" de representantes políticos; es que han conseguido, además, neutralizar la indignación que, antes de la huelga, provocaba el asunto de los liberados. Se supone que tras constatar el fracaso de la huelga, Rajoy ya no tendría miedo a hacer suyo el mensaje de Aguirre. Pues ni por esas.
Si a eso le unimos el hecho de que la violencia de los piquetes queda tan impune como aparcada queda la la ley de huelga, ¿no podemos hablar de triunfo sindical?
En cualquier caso, lo que me parece evidente es que nunca reformas tan virtuales reforzaron tanto un suicida statu quo.