El voluntarismo adolescente de Rodríguez Zapatero chocó finalmente con la realidad al lograr por méritos propios y con dineros ajenos la cota del 20% de desempleados y la crisis de solvencia financiera del pasado 7 de mayo. Con el tiempo trascurrido todo apunta a que se encuentra en KO técnico, incapaz de definir una estrategia alternativa a la que nos ha llevado a todos al desastre y tratando patéticamente de seguir en la Moncloa. Su partido no estuvo a la altura de las circunstancias al haberle mantenido en el poder y ahora se encuentra con un calendario dantesco para los próximos dieciocho meses.
La situación recuerda el tramo final de los años González, pero con un añadido que no facilita la solución de los enormes problemas que deberemos resolver si queremos volver a ser una nación solvente. El Partido Popular puede encontrarse con el regalo de una mayoría absoluta en las generales del 2012. Parece evidente que no habrá hecho mucho para merecerlo, pero como los socialistas se han empeñado a fondo en destruir tanto el país como su propia formación bien está lo que bien acaba. El equipo de Génova va sobrado de economistas de solvencia, no en vano en este pobre país residen algunas de las mejores escuelas de negocios del mundo. Pero la herencia legada por el equipo saliente requerirá mucho más que capacidad económica. El futuro de las cuentas públicas pasa por la organización territorial del Estado, por el caos autonómico y si no se entra a poner orden en este terreno, de poco valdrán las huestes de economistas que Rajoy coloque en primera línea.
En su última aparición pública el líder de los populares hizo referencia a que había que adelgazar las autonomías y establecer con claridad las responsabilidades en materia de competencias entre unas administraciones y otras, porque parte del gasto excesivo deriva de redundancias innecesarias. Bien está lo dicho, ésa es la línea... pero hay que ir mucho más allá. El discurso oficial de Génova pasa por presentar al PP como el partido del sentido común, de la sensatez. Puede que esas características casen con la figura del presidente, no quisiera entrar ahora en este tema, pero es más que evidente que casan bien poco con las de otros dirigentes de la misma formación. No es verdad, por mucho que insista Rajoy, que el gasto desmedido sea consecuencia del Gobierno socialista, como tampoco lo es la deriva hacia la Taifa a la que unos y otros, socialistas y populares, nos están sometiendo. No tengo inconveniente en reconocer que la culpa recae más del lado socialista, pero eso no quita que el Partido Popular sea parte sustancial del problema.
Si, llegado el momento, Rajoy quiere resolver la grave situación económica tendrá que revertir sus propios compromisos políticos, los que asumió en el Congreso de Valencia, cuando refundó el partido heredado de Aznar en clave caciquil y abierta al nacionalismo. Rajoy era en aquellos días un cadáver, pero los mediocres jerarcas del partido, como ocurre hoy entre la aristocracia socialista, no sabían cómo resolver la cuestión sucesoria. La solución fue una cesión de poder a la Taifa a cambio de tiempo. Con toda la lógica del mundo el presidente popular en el Principado ha citado el Congreso de Valencia para dejar claro que el candidato a la Presidencia lo eligen ellos. La misma lógica que ha venido utilizando el presidente valenciano Camps, a quien Rajoy le debe seguir en Génova, para perpetuarse en la Generalidad a pesar del hedor que su equipo desprende. La estructura de los dos grandes partidos refleja la descomposición del propio Estado. Para que Rajoy pueda llevar a cabo las reformas necesarias, para que el Estado vuelva a ser un instrumento útil para garantizar el bienestar de los españoles, lo primero que tiene que hacer es poner en orden su propia casa, lo que pasa por mayor democracia interna y menor peso de los cacicatos regionales.
El desastre al que nos ha llevado el Gobierno socialista es garantía de que tardaremos muchos años en recuperar la situación perdida, en el hipotético caso de que lo logremos. Es imposible mantener el desbarajuste autonómico y al tiempo las mismas prestaciones sociales. O reducimos y ordenamos el marasmo administrativo o el gobierno de turno se verá obligado a recortar servicios, por la sencilla razón de que la caja está vacía. No nos engañemos, Rajoy será la última oportunidad. Si él fracasa no hay duda de que entraremos en una nueva fase de nuestra historia, que ni será patria ni muchos menos nacional.