Al fin, parece que el Gobierno se ha decidido a recuperar un clásico de la demagogia populista de cualquier tiempo y lugar: la gabela punitiva contra los ricachones. Mera pirotecnia tributaria, huelga decir. Puro fuego de artificio fiscal sin capacidad recaudatoria efectiva. Apenas simple carnaza retórica al exclusivo servicio del resentimiento social. Aunque por ello mismo, un recurso siempre eficaz en tiempos de zozobra. Al punto de que ni siquiera Franco, el espejo donde ahora se mira Zapatero, sería capaz de huir a sus dulces encantos propagandísticos.
Y es que, una vez desnudo de la charlatanería solidaria de rigor, no otra cosa ha de ser ese nuevo recargo, el que va a gravar a "los más pudientes", en cursi eufemismo tan marca de la casa. Un sucedáneo socialdemócrata, pues, del difunto impuesto de lujo. Recuérdese, aquel peaje a la revolución pendiente que estaban llamados a costear con unas pesetillas cuantos quisieran mercar un yate o un Mercedes en la España del desarrollismo. Al igual que su epígono zapateril, un gesto hacia la galería completamente inane a efectos hacendísticos. Algo muy coherente, por lo demás, con la nueva doctrina impositiva del PSOE, ahora inspirada en una lectura insólita de San Pablo. Al cabo, si el de Tarso sentenció: "El que no trabaje, que no coma", Zapatero, más sensible a los reclamos de la clase ociosa, ordenaría en 2007: "El que viva de rentas, que no pague el IRPF".
De ahí la dualidad moral que rige en el impuesto; a saber, el trabajo, esa maldición divina, se castiga con una escala progresiva susceptible de reptar hasta el 43 por cierto. Sin embargo, las rentas del capital, ingresos limpios de mácula metafísica, resultan premiadas con un tipo del veintiuno. Toda una lección de progresismo en versión Dolce & Gabbana. Curioso viaje de vuelta al Antiguo Régimen con parada y fonda en el despotismo iletrado de Fernando VII. Los en verdad ricos, al modo de la nobleza y el alto clero de entonces, tornan a estar exentos de contribuir merced a la muy graciosa bula de las Sicav; las manos muertas, rentistas y afines, apenas corren con el preceptivo diezmo, y gracias; el tercer estado, en fin, carga con el peso todo del erario. Otra vez. Curioso viaje, sí, a ninguna parte. Y encima con recochineo peronista.