Este martes, el presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, se ha reunido en Nueva York con representantes del mundo financiero y de las agencias de calificación. La versión oficial es que, aprovechando que está allí para la reunión anual de Naciones Unidas, quiere celebrar un encuentro con ellos, pero ¿para qué? Este tipo de citas tiene o puede tener sentido cuando un país está sufriendo en su deuda pública el castigo de los mercados, pero este no es el caso en estos momentos con la deuda española, sino todo lo contrario porque poco a poco va disminuyendo el diferencial de tipos de interés con el bono alemán. ¿Qué pasa entonces?
Dice un conocido adagio que justificación no pedida, acusación manifiesta. Puede que esto sea lo que realmente esté sucediendo y que Zapatero quiera empezar a ponerse la venda antes de que se produzca la herida o, dicho de otra forma, a tratar de convencer a los mercados de que aquí todo está bien y las cosas de la economía y las finanzas públicas marchan a las mil maravillas. Ahora bien, si la situación es esa, los mercados no necesitan explicación ninguna, con lo cual es que algo pasa. Y pasa porque ni las cosas están tan bien, ni los mercados tan confiados con lo que pueda suceder en y con nuestro país.
¿Qué les preocupa? De entrada que, como a mucha gente, las cuentas que hace el Gobierno acerca del déficit y del endeudamiento público no les cuadran por ningún sitio. La sospecha de los mercados, y de las agencias de calificación, no está tanto en el Estado, por ahora, como en las comunidades autónomas. En los mercados reina la sospecha de que la situación de endeudamiento de las autonomías puede ser mucho peor de lo que por ahora se sabe y de que el Gobierno central no tiene realmente capacidad para meter en cintura a los Ejecutivos regionales manirrotos y obligarles a cumplir los objetivos de reducción de déficit a los que se ha comprometido el Gabinete de Zapatero. Un conocido refrán dice que en el pecado llevarás tu penitencia. El pecado de ZP ha sido dejar que las autonomías hicieran lo que quisieran, con o sin nuevos estatutos de autonomía, y ahora, después de debilitar drásticamente al Estado central, para poner en marcha su sueño confederal, se encuentra con que aquí cada uno va a lo suyo y, por ello, las administraciones territoriales le han salido respondonas y le dicen que resuelva él los problemas de déficit y de deuda del país y, de paso, que les siga dando más y más dinero para que puedan seguir haciendo de las suyas. Por supuesto, las agencias de calificación, y los inversores, no van a pasar esto por alto.
Pero es que, además, las cosas en España no están, precisamente, como para tirar cohetes. A corto plazo son cada vez más los indicadores que apuntan a que volvemos a la recesión, con lo cual, los objetivos de déficit del Gobierno se pueden ir al garete ya que se basan en unas previsiones de crecimiento sensiblemente más optimistas de lo que la realidad está deparando. El Banco de España, incluso, ya está advirtiendo de que lejos de reducirse el déficit, tal y como el Gobierno quiere hacer creer a todo el mundo, éste puede volver a terminar por encima del 10% tal y como están marchando las cosas. A medio plazo, el problema es más peliagudo. La clase de crisis por la que está atravesando nuestro país no es, precisamente, coyuntural, sino todo lo contrario. El motor del crecimiento y el empleo en los últimos años, esto es, la construcción, se ha gripado y no hay recambio. Además, las consecuencias del estallido de la burbuja inmobiliaria han cogido de lleno al sector financiero, en especial a unas cajas de ahorros que van a necesitar años para recomponer sus balances, con lo que el crédito a empresas y familias va a tardar en fluir nuevamente, lo que se traduce en que aún nos quedan varios años por delante de bajas tasas de crecimiento económico y de altos niveles de desempleo, algo que se agrava porque, como decía un poco más arriba, la economía española carece en estos momentos de motor que la impulse. Y, por si no fuera bastante con ello, el Gobierno sigue empeñado en subir los impuestos, lo cual supone poner más palos en las ruedas de la recuperación.
Para complicar más las cosas, ahora resulta que Irlanda y Portugal están pasándolas canutas y pueden tener que acudir al Fondo Monetario Internacional y a la Unión Europea en busca de un salvavidas, lo que también puede poner a España en el punto de mira de los mercados, en parte a causa de nuestra propia situación de crisis financiera, en parte porque los principales tenedores de deuda portuguesa son los bancos españoles, con lo cual, si nuestros vecinos caen, podríamos tener servida una nueva crisis financiera nacional con todas sus consecuencias. Porque, no lo olvidemos, el proceso actual de reducción de la prima de riesgo se debe a que la banca española ha demostrado con los test de estrés que no está tan mal como muchos pensaban o querían hacer creer interesadamente para que nadie se fijara en ellos. Y si regresan los problemas de credibilidad con nuestro sector crediticio, los mercados volverán a golpear y retrasarán y debilitarán aún más una recuperación que, hoy por hoy, se antoja más bien lejana.
El panorama, por tanto, no sólo es que diste mucho de ser idílico, sino que ensombrece por todas partes el optimismo antropológico de Zapatero. ZP y los demás miembros del Gobierno pueden decirle lo que quieran a los mercados, como que la huelga general de la próxima semana es el mejor ejemplo de que el Ejecutivo ya ha empezado a hacer de verdad sus deberes, porque lo cierto es que estos últimos escrutan permanentemente la realidad de cada país y en cuanto empiezan a detectar síntomas de problemas, como las dudas que ahora albergan en relación con las comunidades autónomas y su situación financiera, se ponen en guardia y, llegado el caso, actúan en consecuencia. Y esto no lo cambia el presidente del Gobierno por muchos ‘road shows’ que haga, porque las cosas, tal y como están, sólo se resuelven tomando las medidas que hay que tomar, las cuales, por ahora, brillan por su ausencia.