José Valín Alonso, portavoz de Medio Ambiente en el Senado por el Partido Popular, escribió en El Mundo un artículo que podría firmar cualquier socialista, aunque sospecho que algunos se detendrían ante tal torrente de corrección política intervencionista.
Tras respaldar sin titubeos las predicciones apocalípticas acerca del cambio climático, aborda la "subida del precio internacional de las materias primas y el corolario de hambrunas en los países más desfavorecidos". Su solución es demagógica y socialista sin fisuras: "Es obvia, por tanto, la necesidad de poner en marcha una intervención de mercados mucho más ambiciosa en la Unión Europea que limite las drásticas fluctuaciones de precios, paraíso de especuladores e infierno de productores". Admite, y sólo faltaba que no lo hiciera, que la intervención tiene costes "pero la alternativa es aún más costosa: menor actividad agraria, mayor penetración alimentaria exterior...".
Es curioso que don José piense que la subida de los precios de las materias primas es mala para los países subdesarrollados, cuando tantos de ellos las producen. Asimismo, dada las décadas de intervencionismo en la agricultura europea, es absurdo pedir aun más intervención, como si no hubiera tenido costes suficientes: ninguna apelación populista a los malvados especuladores puede tapar esta realidad. Esta misma falacia es la que repite el señor Valín Alonso hablando del drama que representan una actividad agraria más reducida o unas importaciones alimentarias mayores. No se puede condenar a priori ambas circunstancias sin considerar que podrían beneficiar ampliamente a los consumidores y los contribuyentes.
Análoga confusión padece Javier G. Gallego en el mismo diario, porque sostiene que los pueblos quieren que baje el precio del trigo para poder comer, mientras que los "brókeres encorbatados de Chicago... esperan ansiosos a que siga subiendo para ser aún un poco más ricos". Ya tenemos a los pérfidos especuladores con sus pérfidas corbatas. Pero el propio don Javier nos dice que la subida del precio no se debe a bróker alguno sino "a la cada vez más creciente demanda de carne por parte de los países emergentes", algo que revela su prosperidad y no es nada lamentable.
Las fluctuaciones en los precios agrícolas son milenarias, aunque a los habituales cambios del clima se suman ahora las políticas intervencionistas de casi todo el mundo, que acentúan dichas fluctuaciones, por ejemplo, prohibiendo las exportaciones en vano intento de rebajar los precios, como han hecho las autoridades de Rusia y de mi Argentina natal.
Los productores cuentan con estas realidades y actúan en consecuencia: la subida de precios animó la actividad y por eso, dice Gallego, "se espera que la producción de trigo en 2010 sea la tercera mayor de la Historia", pero a continuación apunta: "en la industria financiera siempre hay alguien que sale ganando con las oscilaciones tan bruscas (ya sean al alza o a la baja) de cualquier activo". Olvidó aclarar que sale ganando... si acierta.
Ante el comentario de una persona que señala lo evidente –a saber, que si sube el precio los agricultores se benefician y pueden invertir más en tecnología– Gallego se pregunta quién se beneficia, y concluye: los fabricantes de fertilizantes, como si no recayera ninguna ventaja en quienes los compran. Finalmente, otra persona señala que las inversiones en la agricultura pueden ayudar a la alimentación, y don Javier concluye: "El problema viene cuando la especulación actúa justo en el sentido contrario". Es que la especulación, precisamente por actuar en sentido contrario, estabiliza los precios, es decir, lo opuesto de lo que se le acusa.