Una vez el primer plan de estímulo de Obama ha fracasado en lograr su objetivo –reactivar la economía–, el presidente se dispone, en un ejercicio de consistencia exquisito, a sacar adelante un segundo plan. Si no quieres caldo, toma dos tazas. Si el primero ha fracasado, vamos a hundirnos más en la miseria con el segundo.
Insisten los keynesianos en que su plan de estímulo ha funcionado "bajo todos los parámetros" porque, de no haberlo aprobado, la economía hoy estaría peor. Pero lo que estaría bien que nos especificaran los keynesianos es bajo qué parámetros concluirían ellos que los planes de estímulo no han funcionado. Es decir, ¿cuánto debería haberse hundido la actividad económica para que reconocieran su fracaso? Porque si con cualesquiera datos pueden clamar que "sin Obama hubiésemos vivido peor" –y lo pueden hacer– entonces, el hecho de que el plan de estímulo demócrata ha funcionado no es una constatación de la realidad sino una mera tautología de juntar los nombres propios Keynes y Obama.
Desde luego, algunos han intentado estimar econométricamente los efectos del plan de estímulo. Circula por ahí un artículo de dos economistas, Blinder y Zandi, que concluye que todos los planes de estímulo han coadyuvado a evitar la Segunda Gran Depresión (pueden leer el resumen en el New York Times o de la pluma del desencantado Martin Wolf). Todos los intervencionistas han quedado muy contentos pues el artículo les da argumentos para justificar todas sus desastrosas ocurrencias.
El problema es que, tal y como han apuntado otros economistas como John Taylor o Arnold Kling, Blinder y Zandi se limitan a inventarse un modelo que nada tiene que ver con la realidad para testear ahí el resultado de las intervenciones. Tratan de observar cuál fue el efecto de los estímulos fiscales y monetarios en el pasado para extrapolarlos al presente, cuando creo que todos coincidiremos en que la situación de 2005 bien poco tiene que ver con la de 2010; si Blinder y Zandi suponen que las intervenciones del Estado obtienen el mismo resultado cuando la economía está creciendo por su propio impulso que cuando se está hundiendo, entonces es que están partiendo implícitamente de la base de que las intervenciones siempre funcionarán. Por la misma regla de tres podríamos sostener que montar hoy una promotora inmobiliaria dirigida a vender inmuebles a precios infladísimos contribuirá positivamente al crecimiento económico y a la creación de empleo. Si lo hizo en el pasado, lo repetirá ahora, ¿no?
Algo parecido, aunque mucho peor, le sucede a Christina Romer. La presidenta del Consejo de Asesores Económicos de Obama se larga hoy a su casa por decisión propia. En su discurso de despedida, repitió el mantra de que los planes de estímulo que ella promovió han funcionado y han ayudado a evitar una Segunda Gran Depresión porque, dice, el déficit fiscal es la única forma de estimular la demanda agregada a corto plazo y poner a trabajar a todos los desempleados.
Los razonamientos triunfales de Romer tienen dos problemas. El primero es que ella misma (junto con Jared Bernstein, el economista de cámara de Biden) elaboró a comienzos de 2009 un memorándum para justificar los despilfarros masivos de Obama en los que advertía que, de no salir aprobados, el desempleo aumentaría muy sustancialmente. Comprobémoslo: para septiembre de 2010, Romer pronosticaba que gracias al plan de estímulo la tasa de paro se situaría en torno al 7% y que, sin él, ascendería hasta el 9%. ¿Resultado? Hoy Estados Unidos tiene una tasa de paro del 9,5%. Está peor que sin haber aprobado el plan de estímulo según los propios parámetros de Romer.
Por supuesto, se podrá argumentar que a comienzos de 2009 era imposible predecir que la crisis iba a degenerar tanto y que, por tanto, esas estimaciones deberían ser corregidas (como de hecho lo han sido en varias ocasiones y siempre yendo detrás de la realidad). Pero por ese mismo argumento cabe preguntarse cómo es posible que Romer y compañía sepan cuáles han sido los efectos del primer plan de estímulo y cuáles van a ser los del segundo. Al fin y al cabo, Mises ya advirtió de que las predicciones de futuro y la historia contrafactual eran dos actividades casi idénticas. Si hemos fallado en saber qué pasará, ¿por qué pensamos que hemos acertado en saber qué habría pasado?
Pero, siendo esto grave, todavía lo es más que Romer haya pervertido sus ideas y sus hallazgos vendiéndose al mejor postor. Lean:
Los cambios en las condiciones monetarias fueron cruciales para lograr la recuperación de la economía estadounidense durante la Gran Depresión. Por el contrario, la política fiscal no contribuyó prácticamente en nada antes de 1942.
Esto es lo que escribía Romer en 1992, cuando se dedicaba a la economía y no a la política. Podremos discrepar con su tesis, pero no podremos negar que existe una notable contradicción entre sus admoniciones actuales ("la política fiscal es el único medio infalible de impulsar la demanda agregada a corto plazo") y sus conclusiones pasadas ("la política fiscal no contribuyó en nada a estimular la demanda agregada durante la Gran Depresión"). La cuestión no es tanto si se equivoca ahora o si lo hacía entonces, sino cómo podemos confiar en su historiografía de los dos últimos años cuando está descalificando su historiografía de la Gran Depresión.
Al final, me temo, nos vemos forzados a analizar los fenómenos históricos desde un punto de vista teórico. No se crean a quien dice que todos los datos apuntan a que los planes de estímulo han funcionado porque, simplemente, carecemos de datos sobre lo que habría sucedido en su ausencia. Sólo contamos con teorías a la luz de las cuales comprender la realidad y que, por tanto, sólo de manera muy genérica pueden ser puestas en solfa por la misma. Lo cual, desengáñense, no evitará que los políticos, y su guarda pretoriana de economistas, nos sigan vendiendo "demostraciones empíricas" de que sus calamitosas decisiones han obrado el resultado esperado.