En su gran libro sobre inversión bursátil, Benjamin Graham, el maestro de Warren Buffett y de todos aquellos individuos que de manera sistemática han obtenido rentabilidades extraordinarias en el mercado de valores, sostenía que era de primera importancia diferenciar entre "inversión" y "especulación": "Una inversión es aquella operación que, tras un cuidadoso análisis de la misma, nos asegura recuperar el principal y obtener una rentabilidad adecuada. Las operaciones que no cumplan estos requisitos son especulativas".
La persona que niegue esa crucial distinción no sólo estará engañando a las demás, sino que se estará confundiendo a sí misma a la hora de tomar (horribles) decisiones financieras. No se trata de adoptar una pueril retórica izquierdista, loando la inversión y deplorando la especulación; pues ésta última cumple funciones muy importantes en un mercado. Se trata, más bien, de que no estemos especulando cuando creamos estar invirtiendo, es decir, que no nos expongamos a perder todos nuestros ahorros en operaciones que no garantizaban con una elevada probabilidad su recuperación.
En esto, sin embargo, la gente tiende a pecar de reduccionista. Ya en 1934, Graham se quejaba de que para el saber popular el término inversión resulta equivalente a colocar nuestro dinero en bonos de renta fija y el término especulación se asimilaba con adquirir acciones bursátiles. Pero esto no es más que un prejuicio muy poco científico que puede condenarnos de por vida a la pobreza.
Adquirir una acción de una empresa es una forma de convertirse en propietario de esa empresa; es decir, es una forma de comprar un derecho sobre una parte del conjunto de activos de esa compañía y sobre los beneficios futuros que generará.
Por ejemplo, imaginemos que heredamos un millón de kilos de trigo, de modo que tenemos dos opciones: o guardar ese trigo en el almacén (o venderlo y meter las resultas debajo del colchón) o comprar un campo de trigo (valorado en un millón de kg. de trigo) que cada año produce 100.000 kg., los que a su vez reinvertimos en adquirir nuevos campos de trigo. Si seguimos la primera opción, al cabo de 30 años disfrutaremos de ese millón de kilos de trigo, ni más ni menos. En cambio, si siguiéramos la segunda, al cabo de 30 años gozaríamos de alrededor de 180 campos de trigo que nos proporcionarían una renta anual de 18 millones de kg. de trigo.
Sustituyan los campos de trigo por empresas con sus bienes de capital, trabajadores, relaciones comerciales, know how... y ya podrán entender qué es invertir en bolsa: comprar una participación en una compañía que no sólo genera una renta anual incremental (en términos reales), sino que incluso crece orgánicamente a través de la reinversión de esa renta. Un proceso que además no conoce límites (pues el número y la capitalización de las empresas no están dados, sino que aumentan en función del ahorro disponible en una sociedad) y que no ha de acarrear grandes riesgos: si resultaría absurdo concluir que todas las empresas son igual de malas o que todas se ven abocadas a una quiebra muy probable, también resulta absurdo pensar que todas las acciones son igual de malas o arriesgadas.
Zapatero, con su Seguridad Social (SS), sin embargo, no sólo nos impide capitalizar en la bolsa ese tercio de nuestro salario que mes a mes nos arrebata, sino que además, ahora, destina los ahorros de la SS a adquirir una deuda pública española que proporciona un rendimiento mucho menor que la media histórica de la bolsa (4% frente a 10%) e implica un riesgo mucho mayor (pues existe un riesgo cierto de que el Estado español entre en suspensión de pagos). Una decisión totalmente absurda desde el punto de vista financiero; como decía Graham: "[Dado que el bono es una inversión con una rentabilidad limitada] nuestra principal preocupación debe ser la de evitar perder dinero: la selección de bonos es sobre todo un arte negativo. Es un proceso que consiste en excluir y rechazar más que uno de buscar y aceptar".
Graham nunca hubiese considerado la deuda pública española como una inversión, sino como una insensata forma de especulación. Zapatero, sin haber leído a Graham, probablemente también lo haga: en realidad, su auténtico objetivo no es revalorizar los ahorros de la SS en beneficio de los pensionistas futuros, sino financiar sus múltiples dispendios presentes a costa de esos pensionistas futuros.
Con esta operación, el Estado español se funde los ahorros de la SS a cambio de prometer reponerlos en el futuro (¿podemos confiar en semejante promesa de Zapatero?). Los Kirchner tuvieron que nacionalizar los fondos privados de pensiones argentinos para apropiarse de su ahorro voluntario; los Zapateros lo han tenido más fácil: para apropiarse del ahorro coactivo de los españoles sólo han tenido que alargar la mano. Al cabo, fue Franco quien se lo nacionalizó hace décadas.