En el siglo XVII se creía que la economía era un juego de suma cero. Es decir, que la riqueza del mundo era siempre la misma, y que sólo iba cambiando de manos. Se pensaba, por tanto, que un país sería más rico si los vecinos se empobrecían. La consecuencia natural de este planteamiento fue el ataque al comercio vecino. Inglaterra, Francia, Holanda y España se han hundido entre ellos muchos barcos mercantes por creer que entorpecer el crecimiento ajeno significaba aumentar el propio. Más tarde los economistas fueron capaces de explicar que aquello no era cierto. Que la riqueza no preexiste, sino que se va produciendo con esfuerzo y trabajo, y se multiplica con el comercio internacional. Ahora, en la crisis que padecemos, vemos con claridad que a España le irá mejor si Alemania o a Estados Unidos les va bien. Pero en otros casos demostramos que no terminamos de tenerlo claro.
La sinofobia es el miedo irracional hacia China. Y, cada vez más, es un temor instalado en el subconsciente de Occidente. Recientemente, el gigante asiático ha superado en PIB a Japón, posicionándose como segunda economía del mundo. Tanto en Estados Unidos como en Europa ha cundido el pánico a que China sea cada vez más rica, lo que supone un retorno a la visión mercantilista de la Edad Moderna. Y conste que China no es un país de ricos. Su economía está creciendo a medida que se va abriendo al exterior y se va liberalizando, aunque sea de forma tímida. Pero el tamaño de su PIB no se debe a su prosperidad, sino a su demografía. Su renta per cápita (en paridad de poder adquisitivo) es la 84ª del mundo, entre la de Namibia y la de El Salvador.
Pese a eso, la mejora de la economía china no debería ser motivo de temor, sino todo lo contrario. China comenzará a aumentar su consumo, a importar productos, y las empresas occidentales tendrán jugosas oportunidades de ampliar su negocio, lo que les permitirá contratar a más trabajadores. Además, China exportará productos más baratos. Esto puede perjudicar a las empresas más ineficientes, y muchas tendrán que cerrar. Pero como explicaba Henry Hazlitt, no hay que fijarse en los efectos en un colectivo determinado, sino en las repercusiones en todos los sectores de la economía. Y la reducción de precios siempre es positiva para la economía. No sólo todos podremos disfrutar de los mismos productos a menor coste. Además eso permitirá que, con la diferencia ahorrada, podamos consumir otros productos o aumentar la inversión privada, incrementando la producción, el empleo y la prosperidad en nuestros países. Alemania ya está volcada en China, y se está despegando de Europa. Librémonos del miedo a China, pues es tan absurdo como temer a Estados Unidos o a Alemania. Y sobre todo no nos durmamos, porque si no, no aprovecharemos la oportunidad que el crecimiento chino nos brinda.