Centrada la atención mundial en Toronto con motivo de las reuniones del G8 y G20, las recientes declaraciones del presidente del Banco Central Europeo (BCE), Jean-Claude Trichet, no han tenido la resonancia que merecen. Trichet preocupado por la compra masiva de deuda española, griega y portuguesa, aboga por la creación de un órgano especial para supervisar más estrechamente a los Estados miembros. Para ello, propugna introducir la suspensión del derecho a voto en las decisiones que afecten la Unión Europea Monetaria (UEM) y multar a los infractores del Pacto de Estabilidad, sobre todo cuando el déficit público supera el 3% del PIB nacional.
El presidente del BCE reclama "un salto cuántico en el marco de la vigilancia y el ajuste de las políticas fiscales" lo cual es perfectamente coherente con las necesidades de una unión monetaria como el euro. Mas aún, se introduce una novedad, el Sr. Trichet defiende que la vigilancia en la zona euro incluya las diferencias de competitividad entre los Estados miembros. Dicha supervisión estaría encaminada, por un lado, a detectar diferencias crecientes de competitividad, con crecientes amonestaciones al Estado que experimenta dichas perdidas de competitividad; pero, por otro lado, introduce la autoridad de sugerir recomendaciones, incluso sanciones, a quienes no sigan los consejos europeos con las reformas estructurales adecuadas. Para ello, insiste el Sr. Trichet, debe existir una entidad independiente y especializada dentro de la Comisión Europea que estudie los presupuestos y que haga "diagnósticos seguros sobre la situación real" de cada país.
Si analizamos lo expuesto, el Sr. Trichet acierta en poner el dedo en las crecientes diferencias competitivas de los Estados miembros de la zona euro. Que España haya perdido un 20% de su competitividad en una sola década y, en contraposición, que Alemania haya ganado un 13% resulta en un cocktail explosivo que de persistir se llevará por delante al euro, a menos que se adopten las medidas adecuadas para limar dichas diferencias. Siguiendo la línea del presidente del BCE, sería muy ventajoso para España si dicha Comisión de Expertos ya estuviera constituida y opinase sobre la recién presentada reforma del mercado de trabajo. Seguramente, dicha Comisión dejaría al descubierto la patente insuficiencia de la medidas contempladas en la reforma del Gobierno del Sr. Rodriguez Zapatero, tal y como hemos tenido ocasión de revisar en esta columna. Por lo tanto, qué pena que no sea ya una realidad dicha Comisión.
Ahora bien, bienvenida sería la comisión en el otro extremo. Porque si tomamos el ejemplo dado de Alemania, saldría a relucir hasta qué punto sus medidas económicas afectan a la UEM. En la zona euro, el déficit estructural de uno es el superávit de otro. Y aquí Alemania tiene su parte de culpa también. La decisión de la Sra. Merkel de reducir el déficit estructural alemán de forma acelerada, aun dentro de la ortodoxia económica más pura, en modo alguno ayuda a re-establecer la estabilidad en la UEM. Dicha medida solo aumenta las diferencias entre los Estados débiles y los fuertes. Si dicha política fiscal restrictiva fuera acompañada de un aumento de los salarios alemanes, o bien de una política encaminada a estimular proyectos de inversión, tanto del sector privado como del público, entonces sí se estaría demostrando un liderazgo eficaz para preservar la estabilidad de la zona euro. Pero Alemania actúa de forma unilateral, ignorando lo que supone un liderazgo responsable dentro de la zona del euro.
Preocupa que el presidente del BCE Europeo sólo tenga en sus miras a los países más débiles de la zona euro. Lo que pide es oportuno pero se queda corto. Justo a la mitad. Como se ha mencionado, deberían incluirse los países con superávit competitivo, en sus cuentas corrientes, e incluirles para que con su esfuerzo apoyaran el crecimiento futuro de la zona euro. Camino único e imprescindible para recuperar la estabilidad perdida de la UEM.
Europa se enfrenta a un momento crítico y exigir solo esfuerzos a los más débiles para consolidar el sistema es una política sin altura de miras. También podríamos interpretarlo como la imposición de un liderazgo que no acaba de atinar en la construcción de la Europa unida que todos queremos y al que los mercados mundiales nos avocan.