Que Merkel le exija a Zapatero que baje el gasto público tiene su sentido económico y estético. Si Alemania, con un déficit inferior al 4%, va a aplicar un recorte de 80.000 millones de euros en cuatro años, qué menos que pedirle ajustes a España, un Estado que incrementó su endeudamiento en casi 120.000 millones durante el último ejercicio, el 11,3% de su PIB.
Peor imagen transmite, sin embargo, que Obama, presidente de una nación cuyo déficit público supera todo el PIB de España (más de un billón de euros o 12% del PIB), llame a Zapatero para apoyar las medidas "difíciles y necesarias" (sic) que el PSOE está aprobando. No es que haya dejado de creer en que debemos reducir drásticamente el gasto público y liberalizar de arriba abajo todos los mercados –incluyendo el laboral, pero también el energético, el minorista, el de comunicaciones, etc.– mucho más, por supuesto, de lo que hecho hasta el momento por nuestro torpe Ejecutivo.
Es sólo que no es de recibo que mientras Obama lastra la economía mundial gastando aquello que no tiene y que ya veremos si alguna vez puede devolver –nota para despistados: no es cierto que Estados Unidos nunca haya entrado en default, lo hizo y se llamó Bretton Woods–, se nos diga a nosotros que es muy necesario que consolidemos el déficit lo antes posible. Tan necesario para la prosperidad de todos es que lo haga España como, sobre todo, EEUU; la diferencia reside en que si bien los estadounidenses aún pueden seguir malbaratando su riqueza (aún no han dilapidado todo el crédito de su economía), nosotros ya no tenemos alternativa.
Sobre todo, la llamada de Obama resulta obscena cuando él mismo envió hace menos de una semana una carta a los miembros del G-20 en la que les urgía a mantener los planes de estímulo hasta que el sector privado diera señales de recuperación:
Una recuperación global, sólida y sostenible de la economía necesita edificarse sobre una demanda global equilibrada. Todavía existen debilidades importantes en las economías del G-20. En particular, me preocupa la débil demanda del sector privado (...) Es de importancia crítica que la consolidación de nuestros déficits públicos se lleve a un ritmo adecuado atendiendo a la situación global, a la situación de la demanda privada y a las circunstancias nacionales. Debemos ser flexibles a la hora de acelerar el ajuste y recordar los enormes errores del pasado cuando los estímulos se retiraron demasiado rápido.
¿A qué se debe este doble rasero de Obama, quien pide para Europa lo contrario que exige a España? Es fácil de entender sin siquiera mentar el fracaso universal que ha supuesto el keynesianismo. Primero, Obama quiere restaurar en su país el Gran Gobierno que Reagan mal que bien contribuyó a contener; para ello no ha dudado en aprobar los mayores déficits públicos de la historia del país para, de aquí a unos años, subir los impuestos con la excusa de cuadrar las cuentas y así asentar una socialdemocracia europea en EEUU. Segundo, Obama quiere que los europeos se sigan endeudando masivamente para que financien indirectamente las exportaciones estadounidenses (el gasto público nunca se queda dentro de un país, sino que obviamente se filtra el exterior), que para algo EEUU sigue teniendo uno de los desequilibrios externos más grandes del mundo. Y, por último, Obama teme que países como España quiebren si siguen endeudándose; un desastre cuyas consecuencias no sólo se llevarían por delante a franceses y alemanes, sino que podrían en serios apuros a la banca estadounidense a la que debemos más de 100.000 millones de euros.
Por eso su receta económica es esquizofrénica –depende de los distintos intereses de Obama–, pero la receta política es única: más Estado y menos mercado. Si el estadounidense de verdad quisiera contribuir a la recuperación global, empezarían por retirar de inmediato todos esos nefastos "planes de estímulo". Entonces comenzaríamos a ver cómo esa debilitada demanda privada que los políticos están aplastando puede comenzar a renacer conforme las economías se reestructuren. Pero es de prever que Obama no quiera eso; no, al menos, que no lo quiera hasta que consiga sacarle todo el jugo socialdemócrata a la crisis.