Resulta un ejercicio arriesgado ese de confiar en Zapatero, tanto que en Libertad Digital jamás nos hemos animado a practicarlo, y mucho menos en materia económica. Hemos criticado su irresponsabilidad incluso cuando las vacas estaban lozanas y daban leche de sobra, y hemos seguido haciéndolo cuando calificaba de antipatriotas a quienes advertíamos del desastre que se nos venía encima. Zapatero es un sectario deseoso de destruir la sociedad para intentar reconstruirla a su antojo, sí, pero en materia económica es sobre todo un inútil incapaz de entender cómo funciona el mercado y cómo solucionar los problemas que ellos mismos han creado.
Sin embargo, ha habido muchos que a partir de mayo decidieron darle un voto de confianza. No porque les pareciera la mejor persona para dirigir nuestros destinos, sino porque consideraban que al estar intervenidos de hecho por Alemania, Francia y Bruselas no tendría más remedio que hacer las reformas pertinentes, asumir el coste político y esperar a que para 2012 los españoles de izquierdas hubieran olvidado la afrenta. Otro presidente hubiera tenido que enfrentarse con una contestación mucho mayor por el mero hecho de ser de derechas. Así que lo mejor era que Zapatero hiciera lo que debía hacerse.
Será difícil mantener esa ficción tras el paripé de la reforma laboral. Zapatero se empeña en venderla ante el resto de Europa como la reforma que España realmente necesita, pero el texto del BOE mantiene en esencia los mismo defectos que hacen de nuestro mercado de trabajo uno de los más encorsetados del mundo. Tenga éxito o no en el empeño, ha dejado claro que no es otra cosa que el escorpión de la fábula de Esopo, que picó a la rana que lo ayudaba a cruzar el río, condenando a ambos a una muerte segura, porque era "su naturaleza". Del mismo modo, Zapatero no puede evitar la demagogia izquierdista en su política económica, aunque hunda España y, con ella, todo eso que llama "avances en derechos sociales".
Así, pese a que nuestros principales bancos pueden sacar pecho tras reconocer la Unión Europea su solvencia, tanto ellos como el resto del sistema financiero se veían obligados a recurrir al BCE para encontrar financiación, al negarles el resto de los bancos europeos el dinero que necesitan para refinanciar sus deudas. Parece claro que el problema no está en su solvencia, sino en que nadie confía ya en España ni, por tanto, en las empresas españolas. Un problema que sólo podría solucionarse si desapareciera Zapatero y todo su Gobierno y llegara alguien que, al menos, llevara algo de incertidumbre a lo que hoy es una certeza más allá de nuestras fronteras.
No podemos ser optimistas. Como buen progre de manual, cuando Zapatero nos llamaba "antipatriotas" en realidad nos acusaba de lo que él mismo es. Jamás reconocerá que la única salida de España es su marcha del Gobierno, ni le importa. Nunca quiso otra cosa que el poder, y nada más le interesa. Seguirá intentando hacer lo menos posible, como ya hemos visto con los mínimos y desacertados recortes del déficit y la mínima y desacertada reforma laboral recién aprobada, con la esperanza de mantenerse en el poder. Pero como el escorpión de la fábula, debería llevar a cabo las reformas profundas y de calado que tiene la cara de aconsejar a Cameron, porque sólo eso permitiría a la economía remontar el vuelo y recuperar, quizá, el apoyo perdido de su electorado. Pero Zapatero nunca llegará a la otra orilla; es su naturaleza. Lástima que los españoles estemos haciendo el papel de rana.