El cadáver del socialismo ya huele, pero nos quieren convencer de su lozanía.
Hay 27 gobiernos en la UE, 7 socialdemócratas. Entre ellos, lo mejor de la clase: los abocados a reformas liberales en Grecia, Portugal y España. La debacle es llamativa en términos de poder. Lo es más en términos ideológicos. Ahí es donde nos quieren dar gato por liebre.
Por ello es esencial tener claro lo que lleva dos años pasando en Occidente.
Bajo el doble apotegma obamita y del gobernador del banco central americano de "hay que hacer algo, y hay que hacer algo ahora" –al que se añadía: "no hay ateos en las trincheras ni ideólogos en las crisis financieras"– se nos aseguró que había que evitar que quebraran un par de bancos de negocios americanos y que para que la medida no pasara factura por el mal ejemplo –llamado "riesgo moral" en Estados Unidos– todos teníamos que hacer lo mismo. El resultado fue comprar riesgo privado con riesgo público. De ahí la desmesura de la deuda pública.
Esto significaba la pulverización del estado de derecho. Obviamente la regulación vigente –pues a pesar de la abrumadora demagogia, regulación había, y mucha– no permitía impedir las quiebras, pero se hicieron leyes especiales (=privilegios) porque era el momento del Estado. Pero una vez saltada la barrera ya no había limitaciones. Así, recién entrado en vigor el Tratado de Lisboa la situación obligó a vulnerar la prohibición de los rescates, el 2 de mayo, con Grecia; y a usar la cláusula de fuerza mayor (prevista para catástrofes naturales) para aprobar el cúmulo de avales que sosegaran a las bolsas el 9 de mayo, día de Schuman, día de Europa.
Occidente se había cargado de un plumazo dos de los baluartes de su civilización: la ciencia económica y la seguridad jurídica. Pero llegaron las justificaciones que se resumían en una: había que ser keynesianos. Que eso no tuviera nada que ver con hacer obra pública en tiempo de parálisis de inversiones por causas graves era irrelevante. Se iba a violar todo lo violable y lo llamaríamos keynesianismo. Volvía la economía del plan; del plan de "estímulo", se decía. Era la senda marcada por la propaganda.
Como era evidente, el exceso de gasto público y el ahorcamiento de lo privado provocaron una situación insostenible. Ahora hay que volver al Pacto de Estabilidad en Europa y a la sensatez liberal –el santo temor del déficit– en todos lados. Porque la realidad se puede desconocer, pero se venga.
Sobre esta crisis coyuntural se sobrepone en Europa la de fondo. La de los estados de bienestar. Su inviabilidad –sustancialmente de pensiones y sanidad– está fundada en una demografía declinante y en la destrucción del incentivo de las políticas socialdemócratas que todo lo atribuyen al poder público.
De modo que se prepara la reforma a fondo, o la quiebra, del estado del bienestar, en lo que puede calificarse sin exagerar como la Segunda Caída del Muro. El primero en caer fue el socialismo real, ahora, le toca a la socialdemocracia.
Lo más peculiar es que este viernes, un socialista, francés para más inri, a la cabeza del FMI –institución capitalista– viene a comprobar el desmantelamiento los dogmas de la izquierda en la España zapateril. Si no lo constata, no es imposible que se produzca una mutación constitucional y que, mediante la compulsión sobre las personas, se convoquen elecciones en España, no por el presidente del Gobierno, como mandan los cánones, sino por los representantes de los inversores internacionales que ponen uno de cada dos euros con los que vamos tirando desde principios de 2010.
Los "malditos especuladores" están a punto de salvarnos de la heterodoxia económica, también llamada socialismo, mientras el mundo se desembaraza poco a poco de tan incómodo parásito de los creadores de riqueza. Salvo que, una vez más, por el infinito poder de su propaganda nos convenzan de que el socialismo es, en realidad, lo contrario de lo que consigue, y se perpetúe en el poder hasta que vuelva a hundirnos en la ruina y la ausencia de libertad.