La izquierda siempre se ha llenado la boca diciendo que sus intenciones pasaban por querer igualar las condiciones de partida y de llegada de todos los ciudadanos. Era la zanahoria de este igualitarismo extremista lo que justificaba el palo de la más injusta de las desigualdades, aquella que pasaba por que los políticos se constituyeran en una auténtica casta, en una terrible nomenclatura, que viviera como los antiguos monarcas absolutistas explotando al pueblo.
Sin embargo, el igualitarismo nunca pasó de ser un camelo. Como mucho, allí donde la socialdemocracia supo guardar la compostura y no degenerar en un populismo corrupto y corruptor, las medidas izquierdistas lograron convertirse en un lastre que impidiera a todos enriquecerse y despuntar por igual. Lejos de permitir que la riqueza de todos se acelerara en la misma medida, trataron de colocarles a todos un peso que les dificultara el vuelo de forma equitativa.
De ahí que la socialdemocracia sea la primera enemiga real de los trabajadores, de esas clases medias que aspiran a amasar un cierto patrimonio que les permita jubilarse anticipadamente o completar las remuneraciones que obtienen vía salarios. Es la sencilla idea de una sociedad de propietarios, donde se haya consumado el sueño de Marx pero a la inversa: no que los trabajadores arrebaten, previa aniquilación, a los capitalistas los medios de producción, sino que los trabajadores se hayan convertido, gracias a su ahorro y a sus inteligentes inversiones, en los capitalistas propietarios de los medios de producción.
A cambio de la sociedad de propietarios, nos ofrecieron ese fraude piramidal, ese timo que empequeñece el de Madoff, llamado Seguridad Social. Un castillo de naipes que el propio PSOE ya ha reconocido que no nos aguanta otra década a menos que reduzcamos de un modo u otro las pensiones de los actuales cotizantes.
Pese a ello, o precisamente por ello, quedaban algunos hijos de obreros que, ay ingenuos de ellos, todavía aspiraban a poder promocionar socialmente. Sus padres habían trabajado duramente durante décadass para poderles costear una educación hasta los veintitantos años, habían accedido gracias a ella a una escala salarial que les permitía ahorrar algo más que para entregar propina en los bares, y pensaban acumular un cierto patrimonio que al cabo de 25 ó 30 años les llevara a vivir con comodidad incluso sin trabajar.
Pues bueno, tengo malas noticias para estos hijos de proletarios: gracias a la izquierda que supuestamente defiende sus intereses, seguirán siendo de por vida simples proletarios; ellos, sus vástagos y los vástagos de sus vástagos. Mientras tanto, los hijos de los antiguos capitalistas tendrán su parcelita asegurada con esas SICAVs prácticamente libres de impuestos –no me malinterpreten, yo no aboliría las SICAVs, las generalizaría para todos los ciudadanos– y muchos de ellos incluso vivirán de las subvenciones que el Estado les entregue en concepto de amistad e intereses comunes (por ejemplo, las empresas que han medrado gracias a las renovables).
Vean, si no, cuáles serán los efectos de la reforma que ha propuesto la Fundación Ideas para reducir el déficit sin tocar ni un euro el gasto a los apesebrados, es decir, subiendo salvajemente impuestos a las clases medias. Entre muchas otras medidas: incremento del IRPF al 50% para las rentas superiores a 200.000 euros (no descarten que como Griñán también se lo suban a tramos menores) y aumento de la tributación sobre el ahorro al 25%.
Ahora imaginen a un hijo de obrero como el que les describía antes. En un año muy bueno de su actividad profesional, un año como tal vez no tenga otro en su vida, consigue una renta bruta de 250.000 euros. Puede que haya escrito un libro de éxito, haya vendido un proyecto industrial, haya logrado enormes comisiones de venta... Con la nueva reforma que propone el centro socialista que dirige Caldera, esa renta bruta se reducirá aproximadamente en un 40% hasta los 150.000 euros; si con esos 150.000 euros decide adquirir acciones de una empresa que obtiene unos beneficios antes de impuestos del 10% de su capital, en principio esas acciones podrían abonarle hasta 15.000 euros anuales de dividendos. Pero dado que la empresa debe pagar un 30% en concepto de impuesto de sociedades, el dividendo máximo que podría repartir se reduce a 10.500 euros; y, como a su vez, el hijo de obrero deberá pagar un 25% de impuestos sobre ese importe (paradigma de la doble tributación que padece este país), el dividendo final que podrá percibir será inferior a los 8.000 euros anuales.
Compare, en cambio, qué sucedería sin la intromisión del Estado. El hijo del obrero podría invertir los 250.000 euros en acciones y obtener un 10% de dividendos, es decir, 25.000 euros anuales; lo que, dicho sea de paso, sería una renta muy decente para vivir sin trabajar. 25.000 frente a 8.000 euros anuales. Ése es el empobrecimiento que produce la socialdemocracia: impedir de facto que los trabajadores lleguen a convertirse en capitalistas; atarles durante toda su vida a un empleo que pueden incluso detestar. Progreso.