La situación de España es muy grave. Lo ha dicho el Banco Mundial y, por supuesto, lo ha desmentido la vicepresidenta económica, Elena Salgado. Pero, por mucho que lo niegue el Gobierno, la situación de nuestra economía puede definirse tal cual lo hace el organismo internacional, a causa de que la solución de los problemas presupuestarios se supedita a la estrategia política de Zapatero, lo cual nos puede dejar en la más absoluta indigencia.
El presidente del Gobierno está tratando de colocar como sea las ingentes cantidades de deuda pública que tiene que emitir el Tesoro porque los inversores internacionales han dicho basta y, en lugar de adquirirla, se desprenden de ella en cuanto pueden. Esa es la primera señal de alarma de la proximidad de la quiebra, que Zapatero no quiere escuchar porque le obligaría a cambiar radicalmente su política y no está por la labor. A diferencia de otras crisis, en la actual todos los países avanzados compiten por captar el ahorro internacional con el fin de financiar sus abultados desequilibrios presupuestarios. Vamos, que la situación en lo que se refiere a los niveles de déficit y deuda no difiere mucho entre ellos. Aún así, los mercados discriminan entre buenos y malos, porque hay una diferencia fundamental entre el primer tipo de países y el segundo. Se trata de la forma en que están encarando la crisis. Alemania, el paradigma de los buenos, ha agarrado el toro por los cuernos y ha anunciado un recorte del gasto público incluso mayor que el propio déficit presupuestario, tocando incluso la protección social. A España, en cambio, el recorte se lo han tenido que imponer la UE y el Fondo Monetario Internacional, porque ZP no quería hacerlo, y aún así el Gobierno ha discutido las cifras: Bruselas pedía una rebaja de 35.000 millones, la tercera parte del déficit, y el presidente del Gobierno sólo ha aceptado meter la tijera hasta los 15.000 millones. También le piden al Ejecutivo reformas estructurales, sobre todo la laboral, para poder crear empleo y, de esta forma, impulsar el crecimiento económico y los ingresos tributarios y, en vez de hacerlo, el Gabinete sigue mareando la perdiz para acabar aprobando, posiblemente, una reforma ‘light’ y más de cara a la galería que otra cosa. En consecuencia, los mercados castigan a España no porque la situación, con ser difícil, no resulte manejable, sino porque no confían en la capacidad y la disposición de Zapatero para resolver las cosas, todo lo contrario de lo que sucede con la canciller alemana, Ángela Merkel. A las pruebas me remito.
¿Qué hace, entonces, Zapatero? Pues acudir a todo tipo de argucias y triquiñuelas para ir capeando el temporal, por ejemplo, invertir el Fondo de Reserva de la Seguridad Social en deuda española, que se va a volatilizar como se produzca la suspensión de pagos, dejando, de esta forma, al sistema público de pensiones herido de muerte. O, por ejemplo, haciendo que bancos y cajas de ahorros adquieran los títulos que emite el Tesoro, por lo mucho que tienen que perder si se produce el ‘default’ de nuestro país, con lo cual la financiación del déficit absorbe todos los recursos disponibles y deja secos los cauces del crédito para la financiación al sector privado, tan necesaria para salir de la crisis y generar empleos y, sobre todo, para evitar la quiebra de cientos de miles de familias y de pequeñas y medianas empresas. Y, por si no bastara con ello, ahora Moncloa baraja aprobar una amnistía fiscal para todos aquellos que inviertan su dinero en deuda pública. Cualquier cosa vale con tal de seguir colocando los bonos y letras del Tesoro y con tal de evitar que el diferencial de tipos con Alemania se dispare más de lo que ya lo está haciendo y alcance dimensiones astronómicas. Como ven, todo se conjuga para llevar a este país a la ruina. A la ruina del Estado, a la ruina del sistema de pensiones, a la ruina de las familias y a la ruina de las empresas, en una huida permanente hacia delante por parte de un ZP que no quiere alterar ni lo más mínimo el curso de su estrategia política.
¿Por qué actúa así el presidente? Porque lo cierto es que, con tantos dineros como derrochan las administraciones públicas, hay margen y capacidad más que de sobra para aplicar un profundo tijeretazo al gasto y acabar con el déficit. Ello, sin embargo, exige renuncias que Zapatero no está dispuesto a aceptar. A él lo que le importa, ante todo y sobre todo, es la política, su política, o sea, el Ministerio de Igualdad y todo lo que se deriva de él, la ley de memoria histórica, la conversión de España en una confederación, una ayuda al desarrollo mal entendida, la ampliación de los supuestos del aborto, el matrimonio homosexual, la verticalización del sistema sindical o la paz con ETA a cualquier precio, por poner tan sólo unos ejemplos que se pueden ver complementados en el futuro con la ley de eutanasia y la ley de libertad religiosa. Esta es la herencia que Zapatero sueña con dejar a nuestro país, a la cual lo sacrifica todo, y como lo sacrifica todo a ese fin, no le queda tiempo, ni recursos, ni fuerzas, ni ganas para arreglar la economía, además de tratar de resistir como sea en La Moncloa hasta la celebración de elecciones generales en 2012. ¿Resultado? Posiblemente, la quiebra de España.