Si estará noqueado el Gobierno que se ha planteado reformar el mercado de trabajo. Ya ha filtrado que quiere combinar los modelos alemán y austríaco, reducir la indemnización por despido improcedente a los 33 días y facilitar la declaración de despido procedente, lo que supondría despidos por 20 días por año trabajado. El diario El Mundo dice este domingo que el Gobierno se plantea ir al núcleo del problema, que no es el coste del despido, sino la negociación colectiva. De cumplirse, quitaría a los sindicatos la facultad de vetar que empresas y trabajadores lleguen a acuerdos fuera del convenio colectivo.
Zapatero lo necesita. Porque de otro modo, Europa y el FMI no soltarán el rescate por nuestra deuda. Porque es el instrumento que tiene en la mano para rebajar el paro, que además de ser un bien en sí mismo, le podría ahorrar al Estado no menos que lo que supondrían las medidas de recorte. Habría que acabar con los convenios colectivos y dejar que los trabajadores negocien las condiciones que puedan con su empresa, y no que le vengan impuestas desde otras empresas, con características muy distintas. Pero ha llegado el momento de acabar con uno de los mitos más perversos de la economía, que es el del salario mínimo.
Si la idea es que se pueden "estirar" los salarios mínimos por decreto, ¿por qué pararse en los 633 euros en que está en España? ¿Por qué no ir a los 800 que prometió Zapatero o los 1.000, ya puestos? Quienes defienden el salario mínimo no tienen ninguna teoría sobre cómo se forman los salarios en el mercado. Ninguna. Ni buena ni mala. Los salarios se acuerdan en función, esto no le extrañará a nadie, del valor que puede aportar el trabajador a la empresa. Hay trabajadores que no pueden aportar mucho, que son poco productivos. Porque son jóvenes y tienen poca experiencia y formación. O porque son inmigrantes, y a la falta de formación suman otros condicionamientos. A lo mejor, para ciertos trabajos, no son capaces de aportar lo suficiente como para poder ganar un salario que esté por debajo del mínimo fijado por el Gobierno, de modo que los salarios mínimos les expulsan del mercado. Los jóvenes pierden oportunidades para formarse trabajando, y con ellas su capacidad para progresar profesionalmente. También tienen el efecto de expulsar a una parte de los inmigrantes. Además, un salario mínimo perjudica a las regiones más pobres, y las condena a un mayor desempleo.
Alemania no tiene salario mínimo. Dinamarca no tiene salario mínimo. Italia no tiene salario mínimo. Ni falta que les hace. En un momento de crisis, cuando tenemos que mirar con detenimiento qué estamos haciendo mal, es el momento de eliminar, para siempre, los salarios mínimos en España.