Ese don Mariano encarna la prueba de que Pascal andaba en lo cierto cuando sentenció que el origen de todas las desdichas de los hombres obedece a una sola causa: no saber permanecer callados dentro de una habitación. Y es que si el líder del Partido Proletario leyera a Wittgenstein en lugar del Marca, a estas horas quizá habría descubierto que de aquello que no se puede hablar, lo mejor es no decir nada. Pero, tal como ha de verse a continuación, no resulta ser el caso. De ahí que en uno de los inopinados arranques de alegría torera tan suyos, Rajoy proponga ahora prohibir los déficits públicos por ley. Una iniciativa loable, muy digna de aplauso. Aunque tal vez debía ir acompañada de alguna otra complementaria. Por ejemplo, ¿por qué no proscribir también las crisis económicas?
A fin de cuentas, si al camarada Enver Hoxha le cupo declarar ilegal la existencia de Dios en la Constitución de la República Popular de Albania, ¿qué le impediría a él suprimir por decreto esos colapsos cíclicos del capitalismo que vienen sucediéndose con pasmosa regularidad desde 1873? Mas celebremos que haya despejado la gran incógnita. Ya conocemos, pues, la alternativa programática del PP para evitar el naufragio de las cuentas del Estado: un expeditivo e inapelable designio impreso en el BOE... a lo largo de la próxima legislatura. Así, igual que David Copperfield hace que se esfumen edificios enteros al instante con apenas mover su varita, don Mariano habrá de evitar la quiebra cierta de la Hacienda Pública mediante una simple orden emanada de su puño y letra cuando proceda.
Acabáramos. Frente a los burdos imperativos cotidianos de la realidad, la deslumbrante magia potagia de la voluntad soberana. Ahora se entiende que rehúse tanto subir los impuestos como bajar el gasto público, demagógicas chocolatinas del loro al margen. Igual que tampoco aboga por alargar la edad de jubilación, alterar la base de cálculo de las pensiones o ajustar su monto a la triste circunstancia del país. Que todo eso también se apañará con otra firmita de nada cuando fuere menester. Ah, y que no se le ocurra al Gobierno abaratar el despido, o se van a enterar de quién es Evita González Pons... Lo temido: Zetapé ha muerto. ¡Viva Zetapé!