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Juan Ramón Rallo

No a la huelga general de la extrema izquierda

La izquierda nunca es una buena compañera de viaje, pero desde luego no lo es cuando establece como destino el suicidio colectivo.

Aunque podría resultar tentador congraciarse con la eventual convocatoria de una huelga general en España, es decir, aunque podría buscarse y encontrarse cierta justicia poética en que los cuervos que Zapatero ha criado y engordado a conciencia se rebelen contra su cebador, no deberíamos caer en la trampa de actuar de comparsa de una izquierda radical, presta a destruir el país y la economía por saber que en medio del Apocalipsis seguirá chupando del bote presupuestario.

Porque sí, clamaba al cielo el doble rasero de unas centrales sindicales que en una situación de crecimiento del empleo le convocaron a Aznar una huelga general espoleados por el PSOE ("a nosotros nos montasteis tres y a la derecha ninguna") frente a su comprensión y mutuo cariño con el Gobierno de los cinco millones de parados. Pero no habría que olvidar que lo detestable de este doble rasero no era que no le plantasen una huelga a ZP, sino que se la hubiesen plantado a Aznar. Lo inadmisible es que unos lobbys de extrema izquierda, mantenidos con el dinero de los ciudadanos, den un golpecito de estado para bloquear una cuasi imperceptible liberalización del mercado laboral. Lo que escandaliza de los sindicatos es eso: que con la mano izquierda nos roben y con la derecha nos apaleen para impedirnos ser libres de enriquecernos y prosperar. Las tachas pasadas no se subsanan con otras tachas presentes: mal estuvo lo de Aznar, mal (o peor) puede estar lo de Zapatero.

Pues, al fin y al cabo, en el peor de los casos la huelga general forzará al PSOE a mostrar su lado más rojo y peronista, a saber, subir los impuestos a esos ricos atacables que son las clases medias y conducir al país a la bancarrota; en el mejor, sólo lograría tumbar a Zapatero y a su Gobierno. Y digo sólo, porque si la ultraizquierda derroca a este Ejecutivo ya de por sí radical al grito populista de "contra la derecha económica, la especulación financiera y los llamados mercados", el tanto será suyo, de esos mismos que prefieren ver cómo cinco millones de trabajadores se van al paro antes que ceder una coma en sus dogmas socialistas. La alternativa que tendríamos con un triunfo de la huelga general sería peor a la de un Gobierno que se resiste a tomar las medidas adecuadas: encumbraríamos a un nuevo Gobierno nacido de una huelga general y legitimado para no adoptar ninguna de las imprescindibles reformas contra las que esa huelga general protestaba.

La izquierda nunca es una buena compañera de viaje, pero desde luego no lo es cuando establece como destino el suicidio colectivo. Puestos a buscar indeseables aliados, más nos valdría presionar a Zapatero para que, aprovechando las incipientes rencillas internas, finiquite de una vez los privilegios y prebendas sindicales a hacerle el juego a CCOO y UGT para que nuestro compungido y agónico presidente encuentre la excusa perfecta con la que oponerse a los más que razonables, pero insuficientes, planes de ajuste de Bruselas. España no está para que la misma izquierda que primero nos ha arruinado se subleve ahora contra sus propios escombros con tal de redoblar sus políticas empobrecedoras; más bien es el momento de que se vayan todos a sus casas sin cobrar un duro más de sus sufridas víctimas.

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