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Florentino Portero

Europa a examen

España ha jugado a cumplir en Europa el mismo papel que Andalucía en la política nacional: ser un parásito.

Si somos capaces de hacer el ejercicio mental de colocarnos por encima de la coyuntura y tratamos de entender lo que estamos viviendo en perspectiva histórica nos encontramos ante un escenario apasionante:

  1. Estados Unidos se haya en crisis económica, con dos conflictos bélicos abiertos, la caja vacía, importantes deudas contraídas y serias dudas sobre si quieren o no ejercer un liderazgo mundial que hasta hace poco tiempo parecía indiscutible. Si la línea defendida por Obama se impone, iremos no sólo hacia un mundo claramente multipolar, sino caótico.
  2. La Unión Europea inició en Maastricht el proceso de convergencia política con el fin de evitar la formación de una gran Alemania. Hoy vemos cómo el euro, tal como lo conocemos, es inviable, por falta de disciplina fiscal de los Estados miembros y por ausencia de una estrategia económica común.
  3. España ha jugado a cumplir en Europa el mismo papel que Andalucía en la política nacional: ser un parásito. Pero la Unión no es España y los países más desarrollados ni están dispuestos a que nuestra tendencia secular al déficit arrastre a la baja la moneda común, ni se les pasa por la cabeza el mantenernos por la cara. Estamos endeudados a todos los niveles –administraciones, empresas y familias– y carecemos de una productividad, de una capacidad de generación de I+D que nos permita revertir la situación en un tiempo breve. Pero eso no es lo peor. En nuestro caso a la crisis de solvencia se suma la nacional –organización del Estado– de la que no se puede separar, porque una alimenta a la otra. Es imposible afrontar la salida de la crisis sin antes, o al mismo tiempo, solventar los problemas derivados de la fragmentación del Estado.

En los tres casos, política y economía se entrecruzan de forma radical. Atrás quedan los "créditos basura" o la "burbuja inmobiliaria". En lo que a nosotros respecta nos hallamos en plena crisis de solvencia política y fiscal, dentro de una Europa que reconoce que el euro puede desaparecer en tres años, si franceses y alemanes no resuelven sus más que serias diferencias sobre la estrategia económica común que debe dar estabilidad al euro.

Si la semana pasada me refería al reto de un "gobierno común" europeo, lo que traducido a la política cotidiana quiere decir que Alemania controlaría las cuentas de los Estados miembros del Eurogrupo a través de la Comisión para garantizar el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, hoy quisiera insistir en lo que, día a día, parece más importante: la política monetaria responde a los objetivos de la estrategia económica de un Estado o de un conjunto de Estados que libremente comparten una moneda común.

Como resultado de historias y tradiciones distintas los gobiernos europeos tienen culturas económicas diferentes. Si comparamos a los tres grandes –Alemania, Francia y Reino Unido– resulta evidente que sus prioridades no son coincidentes. El Gobierno de Londres lo entendió desde el principio y dejó claro que no estaba dispuesto a perder el control de su moneda. Francia, en coherencia con el proceso diplomático iniciado con el Tratado de Maastricht, participó activamente en la creación del euro para, a la primera de cambio, ser el primero en incumplir el Pacto de Estabilidad y Crecimiento.

Tanto Merkel como Sarkozy son perfectamente conscientes de que los mercados no creen ni el valor ni el futuro del euro a menos que se avance seriamente en la unidad europea. Ya no caben más engaños ni más gestos demagógicos. La moneda sólo puede ser expresión de soberanía, porque sin ella es imposible establecer estrategia y ganar estabilidad. Pero las diferencias de perspectiva entre Berlín y París son grandes y no se percibe un esfuerzo de convergencia. Cuando más necesaria resulta una conciencia europea, más evidente resulta que nos encontramos en un proceso de renacionalización. El espíritu de Maastricht se diluye, al tiempo que, como no podía ser de otra forma, el futuro del euro parece más negro. No se juega con la posibilidad de expulsar a países del Eurogrupo o crear un euro-b para los más torpes. De lo que estamos hablando es de que Francia concluya que la moneda común, es decir la Europa Unida, no vale la subordinación a los criterios económicos alemanes, porque estos últimos no parecen estar dispuestos a poner en peligro su estado de bienestar adoptando comportamientos ajenos y poco ejemplares. El "complejo de culpa" alemán está superado. La generación Merkel exige respeto a sus intereses nacionales y no anda falta de razón.

Mientras tanto los españoles estamos entretenidos en el debate doméstico de si queremos o no ser Argentina, de si nos acabamos de fragmentar o si optamos por encontrar un puesto digno en el núcleo rector de Occidente. Cuando más falta nos hacía tener gente de calidad al frente, más evidente resulta la mediocridad, irresponsabilidad y falta de visión de nuestros dirigentes políticos. No nos engañemos, la crisis está empezando, la de verdad, la que va mucho más allá de la burbuja inmobiliaria. Hemos perdido tres años, en los que en vez de tomar medidas sensatas nuestro gobierno ha optado por gastar alegremente con el beneplácito de una mayoría. No podemos quejarnos. Tenemos el gobierno que hemos elegido y apoyado y ahora todos, los que lo votaron y los que no, tendremos que pagar sus consecuencias.

En Libre Mercado

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