El buen gobernante es aquel que toma decisiones, por duras que sean, por el bien del país, ya que lo que le mueve no son los intereses cortoplacistas, sino una vocación de servicio público que encuentra su recompensa en los avances de la nación y, en muchos casos también, en las urnas. Los votos, empero, no son para él el leit motiv de sus acciones; este lo constituye, en última instancia, la prosperidad y el bienestar del país para el que trabaja y a ello lo sacrifica todo. Lo cual constituye la antítesis de José Luis Rodríguez Zapatero y su política.
El presidente del Gobierno parece haber tomado una decisión difícil, como es la de congelar las pensiones y reducir el sueldo de los funcionarios, con el fin de iniciar el proceso de saneamiento de las cuentas públicas. Esta decisión, además de equivocada, es tremendamente impopular y Zapatero lo sabe. Sin embargo, se ha decantado por esta opción con el fin de tratar de enviar a la Unión Europea y a los mercados el mensaje de que está dispuesto a hacer todo lo que puede por arreglar la más que maltrecha situación financiera de nuestro país, cuando lo cierto es que sacrifica a los jubilados y a los servidores públicos para no verse obligado a tocar ni una sola coma de la columna vertebral de su proyecto político, o sea, la economía sostenible, los ministerios de Igualdad y Vivienda, la memoria histórica, su ‘modelo’ de Estado y demás. Con ello, sin embargo, lo único que ha conseguido hasta ahora es atraerse las iras de buena parte de la población. Para compensarlo, ZP acaba de sacarse un nuevo conejo de la chistera, el impuesto para los más ricos, pensando que así, con un gesto de demagogia de ese calibre, puede volver a recuperar el favor de las masas populares. Puede que lo consiga o puede que no –yo me decanto por la segunda opción porque para quien no tiene trabajo, ni ingresos, que los ricos, o los supuestos ricos, tributen más o menos, es algo que le trae al fresco si eso no sirve para resolverle su drama personal–, pero lo que no se va a ganar es, precisamente, el favor de los mercados ni el de la UE.
La demagogia puede ser útil para movilizar a las masas, pero no resuelve los graves problemas de nuestra economía, los cuales precisan de un amplio conjunto de acciones drásticas, concretas y coordinadas, respondiendo a un fin, no de golpes de efecto ni de nada por el estilo. Y los mercados siguen desconfiando de España, como prueba el hecho de que después de que redujera el diferencial de tipos con Alemania tras el rescate de la Unión Europea y el FMI, ese diferencial está volviendo a crecer y ya se acerca a los 1,4 puntos. ¿Por qué? Porque los mercados entienden que Zapatero no está haciendo todo lo que puede, ni todo lo que debe, para enderezar la situación y actúa con medidas de cara a la galería –la de los votantes, la de la UE–, no de acuerdo a un plan sistemático de saneamiento económico. Lo del impuesto para los ricos es la última confirmación por ahora de esa forma de hacer las cosas que, en última instancia, no es más que seguir mareando la perdiz a la espera de que un milagro en forma de recuperación económica, en España o en la Unión Europea, arregle la situación.
No nos llamemos a engaño. Ese impuesto para los ricos no va a incrementar apenas la recaudación tributaria ni, por tanto, va a servir para reducir el déficit. Por el contrario, puede constituir un incentivo más para que todo aquel que pueda saque el dinero de nuestro país u oculte a los ávidos ojos de Hacienda todas las rentas y todo el patrimonio que pueda. Además, si en la definición del sujeto pasivo de esa tributación especial para los ricos se incluye el patrimonio de las personas, incluido el inmobiliario, Zapatero, como el incompetente aprendiz de brujo que es, puede provocar un desastre de dimensiones mayúsculas con el que no cuenta. ¿A qué me refiero? A que con tal de pagar menos, o eludir ese impuesto, todo el que pueda va a valorar sus bienes inmuebles a los precios actuales y reales que imperan hoy en el mercado, que son más de un 50% inferiores a los de los máximos de la burbuja inmobiliaria. Vamos, que puede provocar el ajuste de los precios de la vivienda a lo bestia, lo cual, sin duda, va a colocar a las cajas de ahorros y a los promotores inmobiliarios en una situación más difícil de la que aún están, lo mismo que a muchas familias que están con el agua al cuello debido a las onerosas hipotecas contraídas en el pasado. No seré yo quien diga que el precio de la vivienda no debe ajustarse a la realidad, pero no creo que la mejor forma de hacerlo sea a golpe de una medida demagógica que puede cobrarse en muchas familias modestas un sinfín de víctimas colaterales. Porque, no lo olvidemos, el gran activo de muchas personas es la casa en la que viven.
A ZP, sin embargo, eso le importa poco. Ahora tiene una nueva ocurrencia con la que espera ganarse el favor popular o al menos compensar en parte las críticas por congelar las pensiones y bajar el sueldo a los funcionarios y el resto le da lo mismo. Lo malo es que la demagogia no sólo no sirve para resolver los problemas, sino que transmite la sensación a todo el mundo de que el Gobierno no sabe lo que hace, justo en unos momentos en los que una de las cosas más urgentes para salir de la crisis es restaurar la confianza en la política económica con el fin de reducir la prima de riesgo y poder colocar en el mercado las nuevas emisiones de deuda pública para evitar la suspensión de pagos de España. Después de esto, ¿quién va a confiar en la capacidad de Zapatero y su equipo para hacer lo que debe? No creo que haya muchos que estén dispuestos a apostar por él.