Los mismos que ahora cacarean que la caída del ladrillo se veía venir, que era absurdo creer que los precios podían crecer al 15% anual indefinidamente, nos denostaron cuando lo advertimos hace más de tres años; y también advertimos de las inexorables consecuencias que nos traería. Supongo que nos hubieran preferido con la boca cerrada para poder vender sus excedentes de barro cocido a precios de oro. Pero lo que decíamos era la verdad.
Y una crisis apocalíptica, tal y como la anunciamos, ya está aquí. Y ha cambiado nuestras vidas. Podríamos decir que lamentamos haber acertado. Pero sería falso. Lo que lamentamos es que los partidos políticos españoles, tanto
nacionales como autonómico-provincianos, no atendieran más que al engorde de las cuentas de sus amos. Y que no hicieran nada para evitar la ruina de tantas familias españolas que, por cierto, los habían votado (aunque fuera en unas de las urnas más corruptas del mundo). Eso es lo único que lamentamos respecto al pasado. Y respecto al futuro lamentamos exactamente lo mismo: porque esta crisis económica y de valores cívicos se va a prolongar para los españoles, merced a los errores garrafales del Gobierno, más allá de la década que estrenamos.
El problema real cuyas consecuencias sufrimos los habitantes del mundo entero es que el capitalismo está acabado como sistema de organización social y económica. Ha tardado 20 años más en caer que el comunismo, al que destruyó a cualquier costo. Ahora, sin enemigo, sin alternativa ideológica, económica y social, sin más sostén que un ilusorio terrorismo internacional por toda amenaza, sólo nos deja el caos por herencia.
La causa de la crisis es la elefantisíaca acumulación de capital que busca beneficios, sin hacer nada, mediante el préstamo a interés. Hoy hay tanto dinero que busca beneficios sin trabajar, que ya no es posible ofrecérselos mediante el crecimiento de los bienes reales. De manera que el único modo de bloquear tal masa monetaria, para que no se active y acuda al mercado a comprar objetos y bienes inexistentes, es ofrecerles alguna burbuja inversora. Es decir: permitir su colocación en algún asunto irreal para que siga aumentando sin límite.
Como muchos de vosotros no me entenderéis seguramente (no es culpa vuestra, sino de que se trata de conceptos huidizos como el humo), os diré que hay actualmente en el mundo 600 billones de dólares colocados en activos (acciones, fondos, deuda privada y deuda soberana) que exigen una rentabilidad media del 5%. Eso significa que los inversores de esa masa galáctica piensan que el mundo, la sociedad, tiene que retornarles 30 billones de dólares al año; lo que resulta de lo más complicado cuando el PIB que produce el mundo entero en un año sólo es de 60 billones de dólares.
La manera como se pretendía hasta ahora satisfacer a los inversores de tales volúmenes de dinero era mediante la combinación de dos elementos fraudulentos: un supuesto crecimiento de la economía global ilimitado, sin ciclos (¡qué promesa tan boba!, ¿la recordáis?); y, como incluso eso es insuficiente, un crecimiento adicional diez veces mayor en dinero etéreo, burbujeante. Pero ambas componentes chocan frontalmente con el hecho incontrovertible de que el crecimiento, tanto global como de cada país, tomados de uno en uno, es función directa del consumo creciente de energía; y ésta depende fundamentalmente del petróleo, que ha tocado su techo de producción y consumo.
Fin del sueño, pues, y coscorrón con la cruda realidad: los 600 billones de euros no pueden ser retribuidos más que con un billón de dólares de intereses, que es lo que estarían dispuestos a pagar los consumidores del PIB del mundo para alcanzar a comérselo entero, porque les falta para ello dinero con que financiar aproximadamente un 20% de éste . Y eso significa una rentabilidad del 0, 15 %. De modo que todos los entes financieros corren que se las pelan, se pelean a guantadas, para no hundirse: capturan todo el dinero que pueden y no le prestan ni a Cristo para ungüentos. Porque la mayor parte de esos 600 billones se van a convertir en humo, a base de impagos de miles de grandes empresas y de desfalcos financieros del tipo Lehmann Brothers, en los próximos años. ¡Pobres ricos, sin sus lujos, sin sus sicavs ni sus putas!
El problema adicional es que, como en el mundo no hay políticos, sino esclavos del régimen autocrático financiero, nadie ha tomado medidas para que no sucediera lo que va a suceder realmente muy pronto: que el PIB de 60 billones de dólares que produce el mundo se va a reducir drásticamente a causa de la crisis financiera provocada por la banca mundial. Y eso trae un problema del que aún no hemos hablado. Un inconveniente mucho más grave que el de no cobrar más que un 0,15% por tu dinero invertido o ahorrado (o hasta un 0%, si hace falta). Se trata del hambre física, de la miseria intelectual, del terror de la parte de la raza humana que trabaja para vivir, la que no sabe nada de inversiones porque no tiene nada que invertir más que su sudor diario. Se trata del paro, de la escasez de alimentos, de la falta de seguridad para las familias ante el hambre perruna de una masa de indigentes sin amparo. ¡Pobres pobres, carne de yugo, infortunados cuya sangre llueve siempre boca arriba!(1)
Durante unos cuantos años, se seguirá confiando en el dinero. Pero cada vez menos. Luego se recurrirá al oro como bien de acumulación de riqueza y medio de intercambio; y, finalmente, se asumirá que la verdadera causa de la crisis es el propio dinero. No ya el falso, el fiduciariamente fabricado en exceso, sino el dinero en general: tanto el electrónico, como el contante en billetes y hasta el oro en monedas. Y será necesario crear un nuevo e imaginativo orden universal o prepararnos para desaparecer, que es lo que, sin duda, merecemos.
Sabemos que los mismos que mintieron entonces, los que trataron de taparnos la boca, dirán otra vez que exageramos, que somos unos terroristas cibernéticos, que asustamos a la gente en balde, por gusto. Pero no... Lo mismo que entonces, Ácratas dice la verdad, y a fe que nos duele. Y no nos consuela el hecho de que, dentro de unos cuantos años, ya no vengan aquellos mismos cantamañanas a decirnos que "se veía venir", porque buena parte de ellos estarán muertos.
MESS
De ese 200% de deuda "privada", sería interesante conocer qué proporción se debe a suelo inflado de precio. Este concepto representa como mínimo el 75% de la deuda inmobiliaria (sólo entre un 15 y un 20% de esta deuda corresponde a conceptos "industriales" relacionados con la construcción, incluyendo administración y márgenes empresariales de estas actividades), y es ilegítimo y dañino.
Su eventual anulación ahora (sin derecho a la materialmente imposible devolución de lo ya trincado) ni siquiera eliminaría el pelotazo, sólo lo reduciría. Ningún trincón perdería un duro, sólo dejaría de ganarlo.
Pero no se trata de justicia sino de evitar el colapso del sistema económico básico, donde los consumidores pagan los bienes producidos por los productores (que son los consumidores pero en su papel de trabajadores o empresarios), acto en el que se asignan los recursos de producción y las ventas. La deuda hipotecaria ilegítima representa una fuga o más bien succión que hace desaparecer el dinero como por arte de magia, impidiendo las inversiones y el consumo.
Con la anulación de dicha deuda nadie perdería la remuneración de sus méritos económicos. Sólo parte de los trincones dejarían de ganar parte de lo que esperaban ganar tras varias llamadas de teléfono y alguna reunión, todo ello intranscendente en cuanto a méritos económicos. ¡Ni siquiera perderían dinero!
No soy opuesto a la especulación pero sí a protegerla y asegurarla con la fuerza coercitiva del estado y recursos económicos reales. Han de estar a las duras y a las maduras.