El presidente del Gobierno ha desarrollado una política económica suicida. Muchos ciudadanos aún no son plenamente conscientes del riesgo que ha atravesado –y atraviesa– el país como resultado del desmán cometido por el dirigente socialista en materia presupuestaria. Por suerte, la Unión Monetaria nos ha salvado de males mayores, al menos, por el momento.
La canciller alemana, Angela Merkel, se ha visto forzada a intervenir para evitar que España arrastrara consigo al resto de la zona euro hacia una crisis soberana de dramática resolución. La pertenencia al euro ha logrado frenar los brotes psicóticos del presidente, empeñado hasta hace apenas dos días en seguir aumentando el déficit público para tirar de la economía nacional, poniendo así en duda la solvencia misma del sistema financiero y del propio país. De ahí, precisamente, que Zapatero no sólo sea el cáncer de España sino también de Europa.
Es un peligro público, la mayor amenaza para los ciudadanos. Su cambio de rumbo responde, única y exclusivamente, a las directrices impuestas desde Bruselas y Washington. En una situación similar, de no haber pertenecido a la moneda única, a Zapatero le habría faltado tiempo para emplear todos los medios a su alcance con tal de seguir despilfarrando el dinero del contribuyente. España se habría enfrentado ya a una masiva devaluación monetaria, así como a la monetización de deuda pública por parte del Banco de España mediante la impresión de billetes, es decir, a una suspensión de pagos encubierta creando una elevada inflación.
Ahora, obedeciendo órdenes del exterior, da marcha atrás tratando de reducir un gasto público que él mismo desbocó desde el comienzo de la crisis. Para muestra un botón. El Gobierno intentó vender a la opinión pública, de forma torticera y muy cutre, un ejercicio de austeridad en los Presupuestos Generales del Estado para 2010 cuando, en realidad, estaba aprobando el mayor incremento del gasto público de la historia reciente. Ni más ni menos que un 17,3% interanual, un aumento superior a los 27.000 millones de euros. De este modo, si Zapatero hubiera optado por congelar el gasto, muy posiblemente no se hubiera visto obligado ahora a recortar cuantías a funcionarios, pensionistas y dependientes.
Otro ejemplo paradigmático es, sin duda, el famoso Plan E. Ése que tanto se esforzó en vender como paradigma que posibilitaría la ansiada recuperación. El Gobierno ha despilfarrado un total de 13.000 millones de euros en ese engendro, cuando ahora pretende recortar el gasto en 15.000 millones hasta 2011 (serán más).
Además, la ausencia de reformas estructurales de calado, sobre todo, en materia laboral, ha provocado que más de 4,6 millones de personas en edad de trabajar se hayan visto privadas de empleo y sueldo. Con un paro superior al 20% resulta más complicado contener el gasto público. No obstante, el coste de dichas prestaciones y el pago de intereses (gastos financieros) por la deuda pública podrían sumar cerca de 80.000 millones de euros a finales de año, lo que equivale a cerca del 20% del gasto público total (386.000 millones para 2010).
En resumen, Zapatero es el único culpable de la falta de credibilidad que sufre España en los mercados internacionales; y, por ello, responsable del brusco encarecimiento de los créditos al sector privado nacional (incluida la banca); culpable de la mayor tasa de desempleo del mundo desarrollado; culpable de que la casta política siga disfrutando del dinero público mientras solicita “esfuerzos” adicionales a funcionarios, pensionistas y dependientes; culpable de la pasada y futura subida de impuestos que padecerán los contribuyentes, con la consiguiente pérdida de poder adquisitivo y ahorro nacional; culpable de la escasa competitividad exterior por la ausencia de reformas; culpable del dispendio autonómico ya que, lejos de ajustar las transferencias a los ingresos tributarios reales, las aumentó durante estos años para comprar aliados políticos...
En definitiva, Zapatero es culpable de la miseria actual y, por ello, debe dimitir. Este glaucoma político debe ser extirpado de inmediato, pese a que ahora resida en estado latente, ya que, de lo contrario, es susceptible de revivir en cualquier momento, extendiendo nuevamente el riesgo de metástasis a nivel económico.