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Juan Ramón Rallo

Ni Zapatero ni Trichet salvarán a España

Cuando no se producen los pertinentes cambios en nuestra estructura productiva, incluyendo los ajustes de los precios relativos, ninguna política pública puede sostener una economía que se niega a funcionar.

Que en dos años nos hayamos empobrecido casi un 25% debería ser un argumento más que suficiente para mover a muchos a la reflexión. Durante décadas hemos podido escuchar que el PIB estadounidense se desplomó un 30% al inicio de la Gran Depresión, que todo el sistema bancario quebró y que el desempleo explotó a tasas del 25%, pero que gracias a las políticas económicas de cuño científico que habían desarrollado desde entonces keynesianos y monetaristas (tanto monta), nunca volveríamos a presenciar una debacle de tal magnitud.

Bueno, pues aquí la tienen: España. Poco nos falta para yacer en esa sima económica que fueron los años 30 en EEUU. Y ello pese a que hemos tenido un presidente del Gobierno keynesiano como pocos y a que el Banco Central Europeo ha acomodado extraordinariamente su política monetaria (ahora monetizando deuda pública española). De no ser por los rescates e intervenciones antikeynesianas que han venido desde Bruselas, probablemente el Estado español ya hubiese quebrado o se encontrara al borde de hacerlo y con él todo nuestro sistema bancario (algunos deberían preguntarse qué tenía de buena la venta de deuda pública a nuestros bancos comerciales).

Quizá todo esto sea indicativo de que cuando no se producen los pertinentes cambios en nuestra estructura productiva, incluyendo los ajustes de los precios relativos, ninguna política pública puede sostener una economía que se niega a funcionar. Llevo años diciendo que el precio de los inmuebles tiene que caer un 40% y los salarios en torno al 10% para que dentro de la economía española puedan volver a aparecer proyectos rentables y competitivos (brotes verdes) que nos permitan amortizar nuestra abultadísima deuda externa y generar empleo. Lo mismo pasó en los años 30 en Estados Unidos, donde los controles de precios en todos los ámbitos impidieron liquidar las malas inversiones y recolocar los factores productivos hasta que se levantaron después de la II Guerra Mundial. Y en estas situaciones, ni el keynesianismo ni un monetarismo cerril destinado a ampliar el crédito tanto como sea posible (cosa distinta es aquel que pretenda evitar la contracción secundaria) pueden hacer demasiado salvo si es para empeorar las cosas.

¿Por qué, en cambio, Estados Unidos está comenzando a reflotar en la actualidad? Simplemente porque sus precios sí se han ajustado durante esta crisis: los costes laborales se ha reducido en torno al 5% y los inmuebles se han depreciado más de un 30%. No han sido ni Bernanke –especialmente desde comienzos de 2009 cuando se puso a comprar masivamente titulizaciones hipotecarias sin ton ni son– ni tampoco Obama –que ha despilfarrado casi un billón de dólares sin ningún resultado positivo– quienes han permitido purgar, liquidar y reestructurar la economía, sino su propia flexibilidad.

De eso aquí no tenemos demasiado –los inmuebles sólo han caído en torno al 15% y los salarios se mantienen estables gracias a unas constructoras que no quiebran y a unos sindicatos que controlan los sueldos vía negociación colectiva– y sólo nos ha faltado para rematar el desastre nacional que Zapatero primero con su enorme gasto público y Trichet luego mediante la monetización de nuestra deuda, nos hayan concedido un oxígeno carísimo para poder retrasar las imprescindibles reformas que precisamos para ajustar nuestros precios relativos. Hasta entonces, seguiremos hundidos y ni Keynes ni Friedman, ni Obama ni Bernake, ni Zapatero ni Trichet podrán hacer nada para evitarlo.

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