Es fama que la relación de los españoles con el dinero, y no digamos con la estabilidad presupuestaria pública, siempre ha sido algo tormentosa, de odio mutuo. Para qué vamos a extendernos. La relación ha venido siendo más o menos la del hijodalgo toledano de izquierdas y comecuras (y sin embargo directo heredero de la Contrarreforma), don Lope, que sacaba Buñuel en Tristana en los bigotes de Fernando Rey, quien maldecía el aguado hervido que le ponía para engañar al estómago su cocinera en las últimas noches del mes y, cuando ésta replicaba que no había hacienda en casa para más, el caballero maldecía entonces al vil capitalismo, o sea, al entero sistema materialista que conspiraba en ese momento contra su bienestar.
Nuestras barras de los bares, se sabe, están pobladas de trasuntos buñuelianos y tristanescos, de don lópeces de barriada, que venían contemplando, para qué vamos a engañarnos, con total simpatía cómo Zapatero empeñaba, no ya el superávit de los gobiernos de Aznar, sino hasta el diente de oro sacado del féretro de nuestra abuela. Porque esta semana, en alguna taberna en la que me encontraba presente, los parroquianos habituales, o sea, el Profundo Ser Nacional, de pronto, viendo las noticias en la tele, auscultaron las cabezas de las gambas cocidas entre el serrín –esas vísceras sagradas palatinas a la española–, y dictaminaron sobre lo que le está ocurriendo a Zapatero con las pensiones desde que Obama le ha hecho una oferta económica por teléfono que no ha podido rechazar. "Pobrecito Zapatero, que él quería seguir gastando por nosotros, como ha hecho hasta ahora, pero desde esta semana no lo dejan, es que no lo dejan".
Pobrecito Zapatero. Se iba a sacar una vez más la cartera para seguir contribuyendo a la felicidad que cantaban los cristobitas de la "Zeja" y contra el derrotismo y el catastrofismo pero unos conspiradores internacionales en contubernio con la Gran Especulación se la han descuidado. Rajoy, me temo, se vuelve a equivocar de país con sus reparandorias un poco calvinistas: aquí cuando el Estado llega a fin de mes y difícilmente queda en total para un hervido de acelgas no se echa la culpa, como aquel rancio librepensador buñueliano, a la mala administración, a la falta de competitividad del tejido productivo, al fomento de la inactividad o al dispendio gubernativo, sino a que las cosas sean como son. A que el cosmos esté como está. A que la Creación no se adapte a nuestro paseo dominical ni al ritmo de la contera de nuestro bastón de señorito, de izquierdas por supuesto.
Aquí se le echa la culpa a que haya hoy en Europa, y al otro lado del charco, unos señores disfrazados de Supertacañones que contemporizan con el egoísmo de la raza humana y creen sin bromas en la letra de los acuerdos y el valor de unos papelitos con reflejos a dos aguas que se llaman billetes de banco. ¡Cómo si los billetes fueran a mandar sobre nosotros, y no nosotros sobre los billetes! La situación natural del Estado español, para amplias masas de población herederas de ese anacrónico país que se hace pasar por progresista, es la quiebra total y absoluta. Es la ruina, como en los tiempos en que sin ponerse el sol en el Imperio se entraba en bancarrota un viernes sí y otro no, en la desasistida cocina de Palacio estaban los ratones porque no había para pagar ni a los proveedores y hasta el rey debía cenar lamiendo un poco la cubertería de plata.
José Antonio Martínez-Abarca
Encima, pobrecito
La situación natural del Estado español, para amplias masas de población herederas de ese anacrónico país que se hace pasar por progresista, es la quiebra total y absoluta.
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