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Juan Ramón Rallo

La realidad aplasta a Zapatero

Lo que ha hecho Zapatero no es recortar derechos sociales, sino ilusiones sociales. No nos está atracando ahora, cuando sólo se resigna a no repartir aquello que no tiene, sino cuando se endeuda para obligarnos a gastar aquello que no nos podemos permitir

Es normal que un presidente que ha mentido a todo aquel que le haya querido escuchar durante más de seis años, que había pronosticado primero que la depresión no afectaría a nuestro país, que superaríamos en renta per capita a Francia y Alemania después, y que lo peor de la crisis ya había pasado más tarde, genere decepción cuando se limita a dar parte de nuestra realidad.

Porque sí, es cierto que, como ha resaltado Rajoy, quedan muchas partidas de gasto por suprimir en los presupuestos –desde ministerios enteros a subvenciones a las oligarquías sindicales y empresariales españoles–, pero me temo que no se trata de optar entre el plan de Zapatero o el de Rajoy, sino que para empezar habrá que aplicar ambos.

La tragedia de este país es que todavía vive instalado en la mentalidad de la burbuja inmobiliaria. El engaño colectivo, azuzado por los políticos de turno, ha sido tal que nos hemos creído que podíamos vivir permanentemente por encima de nuestras posibilidades limitándonos a construir centenares de miles de viviendas a precios que nadie quería pagar. La expansión crediticia orquestada por los bancos centrales permitía endeudarse para vivir a cuerpo de rey con la esperanza de amortizar esas deudas mediante el aumento del valor de unos inmuebles que sólo parecía tener como límite el infinito.

Este chiringuito, por el cual los españoles gastaban hoy con la obligación de hacer frente mañana a más y más compromisos de pago sin poseer una capacidad real para satisfacerlos (¿les suena de algo el adjetivo subprime?), se desmoronó en 2008. Sin embargo, desde entonces, la economía española apenas se ha ajustado: sí, los bancos y cajas están quebrados por la enorme cantidad de malos activos que tienen en sus balances, pero el Estado los ha rescatado evitando así cualquier liquidación; sí, hay empresas que, como promotores y constructores, vieron desaparecer totalmente su demanda cuando se secó el crédito, pero el Estado aprobó diversos "planes de estímulo" que permitieron tenerlas ocupadas en algo; sí, el paro se ha disparado a los cinco millones de desempleados, pero el Estado les ha seguido garantizando un cierto sueldo con el continuar gastando pese a no estar produciendo nada; sí, el Estado vio cómo se desplomaban sus ingresos en casi un 50% con el pinchazo de la burbuja, pero siguió despilfarrando al mismo ritmo desenfrenado de antes y, por si fuera poco, empezó a financiar el gasto de agentes que, como bancos, empresas o parados, deberían haberse adaptado sus demandas a las nuevas circunstancias.

La situación es insostenible, ya lo era hace dos años y desde entonces no hemos hecho más que huir hacia adelante. No podemos seguir endeudándonos para no reconocer que este país es mucho más pobre de lo que nos hicieron creer; no podemos seguir endeudándonos para retrasar sine die una reforma total del mercado de trabajo que implique una reducción sustancial del coste de contratación; no podemos seguir endeudándonos para que el Estado continúe gastando a unos ritmos que sólo eran sostenibles con unos ingresos fiscales derivados de la época de la burbuja; no podemos seguir endeudándonos para que las comunidades autónomas participen en esa ficticia recaudación tributaria que se ha volatilizado; no podemos seguir endeudándonos para que las pensiones públicas aumenten aun cuando el número de cotizantes es cada vez más reducido con respecto al de pensionistas. No podemos, en definitiva, gastar permanentemente aquello que no tenemos.

Lo que ha hecho Zapatero –o Merkel a través de Zapatero– no es recortar derechos sociales, sino ilusiones sociales. No nos está atracando ahora, cuando simplemente se resigna a no repartir aquello que no tiene: nos ha atracado y nos atraca cuando se endeuda para obligarnos a gastar aquello que no nos podemos permitir; ¿o es que acaso los españoles no están inundados ya por suficientes deudas como para añadir aún más pasivos a sus espaldas?

Siento las malas noticias, pero mucho me temo que esto es sólo el principio y que debería haberse hecho hace tiempo. Si hubiéramos ajustado el gasto hace tres años, no sólo nos habríamos ahorrado más de 150.000 millones de euros, sino que ya estaríamos en una mejor situación para volver a generar riqueza. El empecinamiento socialista de Zapatero sólo ha conseguido retrasar y agravar la magnitud de lo inevitable: los funcionarios y los pensionistas van a cobrar menos (habrá más rebajas y congelaciones de sus rentas) y las prestaciones estatales van a reducirse. No porque lo diga yo o porque me agrade, sino porque es absurdo pelearse con la aritmética fiscal. Pero por eso mismo es hora de terminar con los privilegios de políticos, patronal, sindicatos o cineastas: no porque las subvenciones que reciban sean muy cuantiosas dentro del presupuesto público, sino porque es inaceptable que sigan chupando del bote de una prosperidad artificial que ellos contribuyeron a inflar y que luego se negaron a pinchar (¿recuerdan?) para mantenerse en el poder y conservar sus prebendas.

La alternativa izquierdista, a la que también se encomienda ZP; para seguir gastando por encima de nuestras posibilidades –subir los impuestos– no sólo es inviable (habría que duplicar la presión fiscal para lograrlo, lo que debido a la pendiente negativa de la curva Laffer probablemente sea imposible de lograr) sino que nos abocaría a la bancarrota griega: la sociedad española en su conjunto (incluyendo a los ricos) no genera tanta riqueza como la que se pretende consumir. Repito: asumámoslo y dejémonos de excusas de mal pagador.

No es, pues, que Zapatero haya empezado a hacer lo correcto, es que la realidad se está imponiendo. Lo cual, claro, equivale a decir que quien ha construido su presidencia sobre el engaño y la manipulación ha cavado su propia tumba. Pero ahora que la izquierda ultramontana está apelando a la calle, no deberíamos volvernos más zapateristas que Zapatero y pedirle que gaste aquello que no tiene; más bien es hora de recordarle que esto no es ni mucho menos suficiente: quedan más de 90.000 millones de déficit por recortar y una liberalización de los mercados que aprobar. Cuanto antes despertemos de la ilusión colectiva, mejor para todos.

En Libre Mercado

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