Contra lo que manda el tópico, en este vivero ancestral de arbitristas espontáneos y ecónomos diletantes, España por más señas, el genuino deporte patrio no es el fútbol sino impartir magisterio ex cathedra en ventas, corros, plazuelas y tabernas. Es sabido, por lo demás, que, aquí, debajo de cada piedra moran no menos de cien expertos en Hacienda Pública, duchos todos ellos en los enrevesados arcanos legales y administrativos que rigen el desglose del Erario. No es de extrañar, entonces, que a estas horas ya tengamos a un Adam Smith ante cada máquina de café, sentenciando al irrefutable modo qué nuevas partidas del Presupuesto deben ser amputadas sin mayor mora con tal de contener la deuda estatal.
Y sin embargo, el gran problema es que la deuda estatal no es el gran problema. Mucho más angustiosa, por ejemplo, asoma la situación de la deuda privada, ese setenta y cuatro por ciento del PIB que la banca debe al extranjero. El fruto de un alegre desenfreno estrictamente particular cuya minuta habrá que renegociar antes de sesenta días, que es cuando vence la broma. Y huelga decir que no hay con qué pagarla. Al tiempo, si esas elites nuestras de vuelo gallináceo no fuesen incapaces de renunciar a la carnaza demagógica, se habría convenido ya que el riesgo que sufre el país no es de liquidez, sino de solvencia. A fin de cuentas, anda por ahí una pobre fracasada presta a avalar con moneda de curso legal el optimismo antropológico de Zapatero.
De nuevo, pues, sabe impune el presidente su abúlica indolencia, y gratuita esa alergia tan suya a cualquier compadreo con la realidad. "Riesgo moral" llaman a semejante cuadro clínico los que conocen de la patología. Así, cautivos y desarmados los siniestros especuladores que ansiaba empapelar Cándido, ya sin presión mayor que su propio sentido de la responsabilidad, puede ahora Zapatero volver a demorar las reformas estructurales que nunca jamás promovió. Por algo repetía el Fernández Ordóñez difunto que éste es un país en el que siempre hay que andar peleando por lo obvio. Y lo obvio es que sin crecimiento, ergo sin cirugía mayor, no habrá euros suficientes en el universo mundo con tal de salvarnos del desastre cierto. ¿Tan difícil resultará de entender?