El 20 de abril una explosión en una plataforma de perforación petrolífera de la empresa British Petroleum causó la muerte de 11 trabajadores y una catástrofe medioambiental debida a la salida descontrolada de varios miles de barriles diarios de crudo del pozo sobre el que estaba la plataforma. El accidente no tenía que haber provocado ningún desastre si no hubiese sido porque hubo un fallo en las válvulas de cierre del pozo. Ha sido el defectuoso funcionamiento del sistema de cierre del yacimiento lo que ha dejado a miles de pescadores sin trabajo y ha afectado a la actividad turística en el Golfo de México, aparte de dañar el ecosistema marino.
Lo curioso del asunto es lo bien que están tratando muchos grupos ecologistas y medios de comunicación a la compañía petroquímica británica. El hecho resulta especialmente chocante si lo comparamos con el accidente del Exxon Valdez. En aquel triste accidente de 1989 los medios y los ecologistas trataron a los responsables de la petrolera Exxon como si fueran criminales de guerra. El cambio de actitud es de agradecer. Un accidente no es un crimen. Sin embargo, todo apunta a que el cambio no se debe a una actitud más comprensiva de los medios y de los ecologistas, sino que son los cientos de millones que ha gastado BP en defender las causas verdes lo que le reporta este suave tratamiento.
BP lleva años desembolsando fuertes sumas de dinero provenientes de la explotación del petróleo y del gas natural para crearse una imagen ecológica y aprovechar todas las subvenciones posibles que los distintos gobiernos otorgan a las energías renovables. En ocasiones el dinero procedente de esas ayudas públicas lo gasta en crear cátedras de Economía del Medio Ambiente y otros puestos desde los que se critica cualquier estudio cuyas conclusiones sean críticas con las políticas consistentes en quitarle el dinero al contribuyente para dárselo a empresas como BP. Su activismo verde le ha valido en el pasado la recomendación que hacía Greenpeace de comprar su gasolina, que al parecer es mucho más verde que la de la competencia.
BP también estuvo asociada al diseño del Protocolo de Kioto. Representantes de BP participaron junto a los de Enron en una reunión en la Casa Blanca en 1997 donde abogaron por un acuerdo de racionamiento de emisiones de CO2 como el que meses más tarde se aprobaría en la ciudad japonesa de Kioto. Las dos multinacionales energéticas estaban convencidas de que un acuerdo de este tipo afectaría peor a la competencia que a ellos.
Hace apenas unos meses, BP cerró sus dos fábricas de placas solares en Madrid. Curiosamente los sindicatos, siempre tan rojiverdes, dirigieron a los trabajadores despedidos a lanzar piedras sobre el parlamento de la Comunidad de Madrid y su presidenta en vez de sobre algún directivo de la empresa, que tristemente es lo típico que suelen hacer.
Ahora que el petróleo de BP está manchando de negro la costa del Golfo de México, uno no puede sino pensar que quizá esto se podría haber evitado si en lugar de gastar tanto dinero en campañas ecologistas y en renegar de la honrosa actividad que lleva a cabo una empresa petrolera, lo hubiesen destinado al mantenimiento de las válvulas y a desarrollar con la mayor seguridad posible la extracción de un petróleo que incluso en el caso de BP mancha de negro si se derrama.