El presidente del Gobierno y el líder de la oposición van a verse mañana miércoles en La Moncloa para tratar de las cajas de ahorros y de la ayuda a Grecia. Quien espere que del encuentro vaya a salir un acuerdo para atacar de raíz la crisis económica muy probablemente se va a equivocar de medio a medio porque la reunión está viciada en sus orígenes, en las razones por las que se ha convocado, y, por tanto, nada cabe esperar de ella.
El primer motivo por el que Zapatero ha llamado a Rajoy, después de meses y meses de aquel lejano compromiso del leonés de convocar al político gallego sin que en ningún momento llegara a materializarse ni hubiera la menor intención de que así fuera, ha sido la presión del sistema financiero para tratar de lo referente a la reestructuración de las cajas de ahorros. Y, desde luego, nada bueno puede salir de ese encuentro de dos políticos cuyos respectivos partidos están más interesados en seguir mangoneando las cajas que en fortalecer el sistema financiero español. Buena prueba de ello son las fusiones que se están llevando a cabo, que lo que buscan es consolidar los intereses políticos territoriales del partido que manda en la taifa de turno, en vez de propiciar movimientos que den lugar a un fortalecimiento de las cajas. Así, las cajas andaluzas, dominadas por los socialistas, sólo se pueden fusionar entre ellas, lo mismo que las gallegas, controladas por el PP, descartando cualquier posibilidad de operaciones de ámbito suprarregional en las que pudieran participar entidades de peso, como La Caixa o Caja Madrid, para dibujar un mapa de pocas cajas, pero potentes. Ese sería el futuro solvente para las cajas, pero los políticos no piensan en ello; tan sólo en si pueden seguir controlándolas para satisfacer sus intereses, aunque estos supongan llevarlas a la quiebra, como en el caso de la Caja de Castilla-La Mancha, o, simplemente, condenarlas a una debilidad permanente que resurgiría una y otra vez con cada nueva crisis económica o financiera. No, en materia de cajas no va a salir nada sensato porque si en algo están de acuerdo socialistas y populares es en no perder su control, así es que por este lado no cabe esperar mucho.
En cuanto a lo de Grecia, o lo de la solución a la grave crisis económica española, ocurre tres cuartos de lo mismo. Si Zapatero llama a Rajoy para hablar de estos temas es, ni más ni menos, que porque su homólogo portugués ha hecho lo mismo con el líder de la oposición lusa, sólo que con una diferencia. En nuestro país vecino, las fuerzas políticas tenían un verdadero interés en acercar posiciones para salir de la crisis y el resultado de la reunión ha sido un duro paquete de medidas de saneamiento económico acordado por las dos partes. Aquí, sin embargo, esa voluntad no existe. Si realmente ZP quisiera ponerse manos a la obra, no hubiera presentado el pasado viernes un ridículo plan de recorte de altos cargos que, en el mejor de los casos, sólo va a servir para ahorrar la insignificante cantidad de 16 millones de euros en un país con un déficit público que supera los 100.000 millones. Y eso suponiendo que se produzcan recortes verdaderos y no simples cambios de denominación para llamar de distinta forma a lo que va a seguir siendo lo mismo.
No nos llamemos a engaño. Zapatero no está por la labor de meter de verdad la tijera al gasto público, ni de abordar la reforma del mercado laboral, ni de hacer todo lo que hay que hacer para salir de la crisis, simplemente porque sus prejuicios ideológicos se lo impiden. Pero es que de Rajoy tampoco se puede esperar mucho más. Las posibilidades de victoria electoral del PP pasan por la crisis, que es la única esperanza que les queda a los populares después de haber renunciado a hacer la labor de oposición y de presentación de alternativas que cabría esperar de ellos. Rajoy no quiere hacer nada que pueda asustar a sus hipotéticos votantes o movilizar a los del PSOE, de la misma forma que es incapaz de imponer a las autonomías en que gobierna su partido una política económica alternativa a la de los socialistas. Sólo en una de ellas, Madrid, y por iniciativa personal de su presidenta, Esperanza Aguirre, se está demostrando que hay otra forma de hacer las cosas y que da buenos resultados. En las demás autonomías, ni nadie quiere saber nada de ello ni nadie les obliga a seguir por el mismo camino, dejando aislada a la presidenta madrileña y a su comunidad como un oasis en medio del desierto.
Lo malo es que todo esto son lujos que España no se puede permitir. No se trata ya de que nuestro país pueda volver nuevamente a la segunda división europea si llegaran a expulsarnos del euro o, simplemente, a que la UE tuviera que intervenirnos como va a hacer con Grecia. Se trata de que esta crisis es muy grave, de que lo peor todavía está por llegar y de que las víctimas de la dejadez de los políticos son los millones y millones de españoles que están perdiendo su trabajo y los también millones y millones de ciudadanos que se ven empobrecidos porque, en última instancia, su bienestar les importa un bledo a unos políticos que solo piensan en artimañas para llegar al poder o permanecer en él al precio que sea porque, al final, la factura la van a pagar los ciudadanos. Así es que no esperen nada de la reunión de mañana porque, de salir algo verdaderamente importante y positivo, sería poco menos que un milagro.