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GEES

El mal griego

No basta con apretarse el cinturón, tienen que adelgazar cual enfermizo obeso. Nada de lo que ha pasado en los últimos meses indica que estén dispuestos. Pero el mal de la economía griega no es coyuntural ni fruto de la crisis.

En el siglo XIX el hombre enfermo de Europa era el Imperio Otomano, en progresiva descomposición en sus posesiones balcánicas. La Unión Europea es hoy una sala de espera de pacientes económicos, mal recibidos, de los cuales Grecia ha sido por fin ingresada en la UVI. La cuestión era intervenir in extremis o dejar que la naturaleza siguiera su curso, es decir, que las autoridades helénicas declararan que no podían seguir pagando las deudas del país, que en eso consisten las quiebras de los Estados. La penitencia reside en que no recibirán más crédito, siempre y cuando los acreedores piensen que seguir prestando no hace más que engordar su cuenta de pérdidas.

Lo que Grecia plantea es si a los que más o menos han hecho sus deberes y respetado las reglas, especialmente a los ahorrativos y laboriosos germanos, les merece la pena gastarse sus caudales tan esforzadamente conseguidos en pagar las francachelas de los helenos, no tanto por salvarlos a ellos como a la Unión.

Esta es la pregunta que Grecia plantea en primera instancia y de forma amplificada los que vamos detrás, con nuestro país posiblemente a la cola del pelotón de cola, que en el mundo al revés del crecimiento negativo equivale a la cabeza. Si a Francia y Alemania, como elementos decisorios, les sigue interesando como mínimo la Unión Monetaria, el euro, y en último término, si se llevasen las cosas al extremo, la Unión Europea. Esta es la cuestión.

La respuesta ha sido finalmente positiva. Pero no ha sido un "sí vale la pena" sino un "no hay más remedio". El éxito, y la amenaza de la Unión, es que ha dado lugar a un entramado lo suficientemente estrecho como para que la marcha atrás sea casi imposible, pero en el que los errores o travesuras de unos repercutan en todos. Al fin y al cabo, así es el mundo de la globalización, del que la europeización es un caso extremo.

Pero con los préstamos que se ha decidido hacerle a Grecia no termina el problema, sino que entra en nueva y quizás más intensa fase. Dejarla caer hubiera comprometido la recelosa confianza de los mercados en aquellos otros europeos poco menos entrampados. Pero echarle un cable no deja de ser un mal ejemplo. Ni siquiera es legal, pues el tinglado de leyes de la Unión nunca lo había previsto. El arreglo puede todavía quedar a merced tanto de pleitos individuales como de votos parlamentarios.

Lo de ahora no es más que el comienzo, resolver el corto plazo, que se le echaba a Grecia encima el 18 de este mes. Otros vencimientos posteriores de deuda requerirán sus propios rescates. Pero sobre todo ahora le toca a los griegos. No basta con apretarse el cinturón, tienen que adelgazar cual enfermizo obeso. Nada de lo que ha pasado en los últimos meses indica que estén dispuestos. Pero el mal de la economía griega no es coyuntural ni fruto de la crisis. Los efectos de ésta han sido agravados, como en nuestro caso, por las deficiencias históricas. En el caso de Grecia, masivas e históricas. La desvergonzada falsificación de las cuentas públicas es la guinda que corona el pastel. Desde su independencia de Estambul en 1829, su sistema económico ha sido un auténtico capitalismo de compinches. Nada se puede hacer sin amigos en el aparato del Estado. La seguridad social es más protectora que la alemana, de ahí que los alemanes se pregunten por qué deben financiarla. Que los griegos hagan su dolorosa parte está por ver. Las repercusiones para el entramado económico e institucional de la Unión, de lo que puede muy bien ser un paso en falso, también.

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