Diga usted que sí, señora vicepresidenta ¡qué sabrá o qué sabe el Fondo Monetario Internacional de lo que pasa en la economía española! Yo, como usted; el día que me levanto con el chovinismo desbordado, no hay quien me gane, por eso hoy, incitado por su aseveración, proclamo en voz alta que somos los mejores, que no hay quien nos gane ni en el saber ni en el hacer, ni en el pensar ni en el actuar. ¡Qué buenos somos! Y qué pena que la humanidad se pierda el fruto de nuestras capacidades, más notorias todavía cuando quien las ostenta ocupa una posición de Gobierno. Incluso a los españoles de a pie, que somos buenísimos, en ocasiones nos cuesta medir con exactitud la grandeza de nuestro Gobierno, su excelsa capacidad para hacer las cosas bien y su virtuosismo para resolver aquello que menoscaba el bienestar de la sociedad.
Señora Salgado, hablemos en serio. Con todo mi respeto, yo no sé si el FMI sabe lo que pasa en la economía española; estoy de acuerdo en que no son dioses, es más, que están muy lejos de la divinidad y que algunos conocidos que por allí andan, están más cerca del diablo que de Dios, y que habría sido mejor no dejarles marchar para que no conocieran allá los entresijos de esta bendita tierra, prostituida por tanto benefactor público. Pero, al menos, estará usted de acuerdo conmigo en que, aún con la escasez de conocimientos que podemos suponer en sus mentes, disponen de una gran información, poseen más datos de los quizá sean capaces de utilizar y tienen la posibilidad de intercambiar experiencias a niveles para los demás inalcanzables.
Es más, como no quiero llevarle la contraria, acepto que, quizá, sepan poco de la economía española. Pero lo que también le pido a usted, hablando con toda franqueza y consideración, es que reconozca que, si bien ellos deben de saber poco de la economía española, usted, señora vicepresidenta, si lo que dice coincide con lo que piensa, cosa que no tendría que ser así necesariamente, muestra no tener ni idea de lo que aquí se cuece; y eso me preocupa mucho más.
Porque, al fin y a la postre, los del FMI están allá lejos y, sobre todo, tienen mucho entretenimiento con todo lo que pasa en el mundo, por lo que la posibilidad de que se fijen en mí para hacerme la vida imposible –de la función pública nunca he esperado otra cosa– la veo muy remota. Así que, sabiendo o sin saber, lo de aquellos señores me trae más bien al fresco. Sin embargo, usted y su función, sí que me inquietan. Porque tampoco es que yo tenga ninguna relevancia para merecer su atención en nuestro territorio patrio, pero, por simple probabilidad, en un sorteo entre menor número de jugadores puede que me vea agraciado por la suerte, pese a que ello nunca ha ocurrido cuando lo que se sortea es algo apetecible o deseable.
¿Entendí bien, Doña Elena, su manifestación según la cual "ya no es el momento de hablar de la crisis, sino de impulsar políticas que garanticen un crecimiento robusto"? Si en efecto quiso decir eso, me deja usted altamente preocupado. Usted sabe, seguramente los del FMI también, que sigue creciendo el desempleo, que la economía española se separa cada vez más y por debajo de la de los países que consideramos de nuestro entorno, es decir, Francia, Alemania, Reino Unido, Italia, etc. que las familias se han puesto a ahorrar como no lo habían hecho desde la posguerra, que los cierres empresariales y los de los autónomos están adquiriendo niveles insospechados en cualquier momento precedente, en fin... qué le voy a contar, si para saber eso no se requiere más que tener los ojos abiertos, con intención de ver la realidad.
Y, con todo eso, dice usted que ya no es momento de hablar de crisis, es decir, que aquello ya es historia, que todo pasó como un mal sueño. Es verdad que tantas veces ha dicho que estamos saliendo de la crisis que ahora se ha visto obligada a cambiar el epitafio por el de ya no es momento de hablar de... Una cosa me preocupa, quizá, más que la crisis: ¿pretende usted que la creamos? Eso supondría una abstracción tal de la realidad, que ningún político, ni siquiera nuestro presidente del Gobierno, se la puede permitir.
Pasando esto por alto, y para no cansar a los lectores, afirma usted que es el momento de impulsar políticas que garanticen un crecimiento robusto. ¿Quiere esto decir que hasta este momento no se había hecho tal propósito? Porque no querrá decir que es nuestra responsabilidad impulsar tales políticas. Señora vicepresidenta, impulsar políticas que garanticen... ¡casi nada dice usted! Y si como hasta ahora lo que se garantiza es la depresión, ¿a quién reclamamos? ¿Quién es el garante? Y si el garante es de dudosa solvencia, cosa que es muy probable conociendo al personal, ¿quién garantiza al garante?
Ha llovido mucho, señora Salgado, y la tierra está empapada. El español medio, un yo cualquiera, ya no acepta aquello de "asumimos, o asumo, la responsabilidad por la necia gestión", cuando después nada pasa, todo sigue igual, nombramiento, sueldo, poder, despacho, secretaria o secretario, coche oficial con su conductor o conductora, etc. Eso ya no satisface ni a los más ingenuos. Es más, han conseguido que, cuando oímos algún pronunciamiento semejante, pensemos al instante que nos están tomando el pelo.
¡Qué pena, no! Con lo bien intencionados y confiados que éramos... pero el cántaro acaba rompiéndose a fuerza de ir a la fuente y, la verdad, es que muchos estamos ya rotos.