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Gabriel Calzada

El coche fantástico

Nos contarán que ha creado nuevos puestos de trabajo más verdes, olvidando siempre que otros puestos de trabajo que realizaban tareas más deseadas por los consumidores habrán dejado de existir porque les han arrebatado esos recursos.

El colectivismo, tanto de de derechas como, sobre todo, de izquierdas ha odiado siempre el coche, símbolo material de la libertad, la autonomía y la planificación personal. El contraste con el ideal colectivista no puede ser mayor. Frente a las latas de sardinas del transporte colectivo en las que la comodidad brilla por su ausencia, el aroma corporal inunda los pulmones, el rumbo lo dicta un burócrata y el horario lo marca cualquiera menos el pasajero, el coche permite disfrutar del confort, de la ambientación sonora y aromática que a uno más le guste; permite, en definitiva, desarrollar los planes particulares y elegir el destino personal.

Después de años escuchando que hay demasiados coches, que la ciudad debe ser exclusivamente para el peatón, que el transporte colectivo es más racional, que la contaminación del coche es inadmisible, que el transporte de masas ayuda al ahorro energético y que el combustible se iba a acabar, nos encontramos ahora con que el Gobierno socialista va a defender el coche particular siempre y cuando sea eléctrico. En realidad más que defenderlo va a intentar metérnoslo a empujones en nuestra plaza de garaje.

Quizá la descripción sea un tanto exagerada. En realidad los socialistas de todos los partidos han sido grandes defensores del coche, siempre y cuando se tratara del oficial, el que traía chófer incluido y no requiere financiación a plazos porque lo paga el contribuyente. Tanto amor le tienen al coche oficial de gasolina de toda la vida –pero siempre en su versión más reciente y más lujosa– que ellos por ahora seguirán usándolo mientras al resto nos concederán el derecho y la obligación de tenerlo eléctrico.

La electrificación del coche es algo que creo que posiblemente acabaría por tener lugar en algún momento. La tendencia a la electrificación ha sido una constante del último siglo en casi todos los ámbitos, industriales, comerciales y en los propios hogares. La razón de fondo no es que sea más eficiente sino que da mucha más flexibilidad. La energía eléctrica, una vez en la red, puede tener innumerables usos mientras que el combustible en un tanque los tiene bastante restringidos. Sin embargo, la electrificación del coche, como reconocía hace unos días el Sr. Chu, secretario de Energía de Obama y premio Nobel de Física, presenta diversos problemas técnicos y económicos por los que la electrificación del parque móvil de los EEUU tardará bastantes décadas.

Zapatero, en cambio, quiere que ocurra ya. Se despertó una mañana y creyó ver el futuro. Como sucede con los niños pequeños, su impaciencia no le permite esperar. Tiene que ocurrir ya. Así que para conseguirlo ha decido ofrecer un regalito de nada menos que 6.000 euros a todo el que se compre un coche eléctrico. Claro que para poder dar ese dinero se lo tiene que quitar primero a otro. Como para ver cumplido su sueño no sólo va a tener que generar una demanda del coche que no existiría sin su regalito sino que necesitará involucrar a los productores, importadores, comercializadores así como a muchos profesionales del sector, Zapatero también va a dar hasta 590 millones de euros en ayudas. Si consigue colocar todos los coches que quiere en los próximos dos años, las ayudas de cada uno habrán costado la friolera de 8.428 euros. Casi nada. Pero nos contarán que ha creado nuevos puestos de trabajo más verdes, olvidando siempre que otros puestos de trabajo que realizaban tareas más deseadas por los consumidores habrán dejado de existir porque les han arrebatado esos recursos.

El coste de traer al presente algo que posiblemente no fuera a ocurrir de forma natural hasta dentro de varias décadas puede ser enorme. Llama la atención que si estaban tan convencidos de que el petróleo se iba a acabar, tengan que dar tal empujón al coche eléctrico. Si sus pronósticos eran acertados, bastaba con sentarse a esperar unos pocos años y ver cómo tenía lugar la electrificación sin haber de gastar un duro en ello. Pero lo más desconcertante es cómo resulta posible que hayan superado su rechazo al modelo individual de transporte.

Uno puede pensar que han vencido su aversión a la libertad que permite el coche porque puestos a tener coches, el eléctrico respeta más el medio ambiente. Sin embargo, la energía que requerirá cargar las baterías necesitará de la contribución de centrales eléctricas, muchas de las cuales emiten el denostado CO2 y gases contaminantes. Además, las propias baterías son un problema medioambiental. La respuesta está en lo que el gran economista Ludwig von Mises llamaba la dinámica del intervencionismo. Las enormes ayudas públicas a las energías renovables han hecho proliferar hasta tal punto las placas solares y los molinos eólicos que han puesto en serio riesgo la viabilidad técnica y financiera del sistema eléctrico español, según reconoce el propio Ministerio de Industria. Uno de los problemas de estas energías es que producen según el viento y otras variables meteorológicas y no cuando la gente quiere consumir. Por ejemplo, suelen producir electricidad por la noche, cuando nadie la demanda. En lugar de dar marcha atrás, a Zapatero se le ha ocurrido apuntalar los molinos haciéndonos consumir electricidad cuando sople el viento. ¿Cómo? Teniendo que recargar las baterías por la noche. Así es como Zapatero pretende que su coche fantástico, que nos va a costar un ojo de la cara a los españoles, rescate sus fantasiosas aspiraciones energéticas.

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