La Unión Europea pretende hacer tortilla sin romper huevos y eso es imposible. Después de mucho darle vueltas al asunto, los líderes comunitarios han llegado a la conclusión de que si no salvan a Grecia, el euro, y sus economías, van a sufrir las consecuencias, pero nadie, empezando por Alemania, quiere rascarse el bolsillo para ayudar a unos helenos que han mentido como bellacos en lo referente a la situación financiera del país y pretenden que sean otros, concretamente el FMI, el que ponga sobre la mesa la mayor parte de los recursos necesarios pero sin dictarle a Grecia condición alguna para obtener la ayuda. Por el contrario, pretenden que sea Bruselas quien dicte a los griegos lo que tienen que hacer y, como es lógico, el organismo financiero multinacional ha dicho que naranjas de la China y que quien paga la factura pide la música. Lo cual abre un nuevo periodo de incertidumbre acerca del futuro de Grecia y de la propia unión monetaria europea.
Todo viene porque los alemanes, como es lógico, dicen que sus contribuyentes no tienen por qué pagar la factura de los desmanes de otros Estados, que han querido estar en el euro sin aceptar sus normas de funcionamiento –Grecia– o sin estar preparados para ello –España y Portugal. Tienen toda la razón. Los problemas griegos se los han creado ellos solitos por no hacer sus deberes y, además, engañar a los demás miembros del club del euro. En estas circunstancias, lo lógico sería expulsarles de la moneda única. Lo malo es que los tratados europeos no contemplan semejante posibilidad y para que fuera posible hacerlo, habría que modificarlos, lo que requiere el voto afirmativo de todos los países para hacerlo, incluida la propia Grecia. Pero no parece posible que los griegos vayan a estar de acuerdo con ello y voten a favor de algo así como su suicidio económico, a pesar de que se han dedicado a jugar a la ruleta rusa con sus finanzas.
Esto lleva a una segunda cuestión: si no se puede echar a Grecia del euro, entonces o la Unión Europea la salva, o decimos adiós al euro, lo cual no es tan sencillo. La unión monetaria europea tendrá todos los defectos que se quiera pero si ahora se rompe, lo único que se conseguirá es que los desordenes monetarios reinen en una economía mundial que aún no se ha recuperado de la crisis financiera. Vamos, una situación similar a la que produjo y explica la Gran Depresión. Y todos tienen que perder, y mucho, con semejante escenario, incluidos los propios alemanes. Por tanto, la salida más lógica, guste o no, sería salvar a los helenos. El problema es cómo se explica esto a unos alemanes que, desde el primer momento, vieron con recelo al euro, temiendo que pudiera llegar a suceder lo que ahora está pasando con Grecia, España, Portugal e Irlanda y que tuvieran que ser ellos nuevamente quienes, con sus impuestos, arreglaran las cosas. La canciller Angela Merkel, desde luego, no quiere hacerlo pero, por desgracia para ella, se encuentra entre la espada y la pared: o Alemania acepta que se ayude a Grecia, o se prepara para que los mercados castiguen muy duramente a todos los países del euro y acaben por largo tiempo con los primeros brotes verdes que empiezan a aparecer al otro lado de los Pirineos. Porque si ahora se deja caer al euro, los mercados van a empezar a especular rápidamente contra los países más débiles y a apostar por la ruptura de la unión monetaria, como hicieron en 1992 con la ruptura del sistema monetario europeo que costo a Europa la peor crisis económica desde la del petróleo de 1973. Ahora las cosas en la economía están mucho peor y el golpe, no cabe duda, sería mucho más duro.
A la Unión Europea, por tanto, puede que no le quede más opción que salvar a Grecia. Pero debe hacerlo aprendiendo la lección, esto es, creando verdaderos mecanismos para afrontar este tipo de situaciones y procediendo a una reforma institucional que abarque, incluso, forzar a un país a tomar las medidas que su Gobierno rechaza o la posibilidad de expulsarle del euro si no hace lo que debe. Y la UE debe hacer esto cuanto antes porque detrás de Grecia puede venir el verdadero gran problema: la España de Zapatero, que se niega a hacer los ajustes económicos y presupuestarios que exige su situación.