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Ignacio Moncada

La lección chilena

El problema que siempre perseguirá al presidente español es que ha sido su gestión, su modelo socialista de país, el que ha transformado el impacto de la crisis internacional en una riada de pobreza nacional.

Recuerdo un memorable artículo de Alfonso Ussía titulado El sotanillo. En él se explicaban los diferentes tipos de gafe, entre los que el más peligroso era el llamado sotanillo, que lleva la catástrofe allí donde pisa librándose siempre de sus consecuencias. Yo últimamente tengo una sensación parecida. Si, como ya conté en un artículo, la quiebra de Lehman Brothers coincidió con mi primera visita a Wall Street, ahora me considero en parte responsable del terremoto de Chile. Volaba hacia el norte del país andino haciendo escala en Santiago, y debió suceder que mi breve estancia allí fue suficiente para que arraigaran las raíces de la mala suerte. A las dos horas de levantar el vuelo, un terremoto llevó la devastación a las ciudades de Concepción y Santiago. Y uno de los edificios más afectados de la capital fue, precisamente, el propio aeropuerto.

Pasado un mes, la humareda de confusión que levanta un sismo de esta magnitud va cristalizando en forma de conclusiones de las que puede extraerse alguna que otra lección. El terremoto golpeó con el sentido de la oportunidad de un estratega bélico: durante un cambio de Gobierno. El Gabinete saliente es ahora señalado por el grueso de la opinión pública del país como responsable de las consecuencias de la catástrofe por su inoperante lentitud y por su permanente apuesta por la imagen en lugar de por la eficacia. Sin haberlo contrastado, y por el sólo hecho de dar una sensación de artificial tranquilidad, se descartó la posibilidad de que la costa chilena sufriera un maremoto. Por ese motivo, mucha gente perdió la vida mientras volvía a recoger sus pertenencias confiados de que todo había pasado.

El Gobierno entrante, encabezado por el Sebastián Piñera, ha comenzado con energía, con el convencimiento de que los resultados deben estar por encima de la gestualidad vacía. Es demasiado pronto para evaluar su gestión, pero la impresión que flota sobre buena parte de la sociedad chilena es de optimismo. La combinación de seriedad y orgullo que caracteriza al pueblo chileno, con el nuevo liderazgo de Piñera, va camino de transformar la tragedia que ha golpeado la economía del país en una oportunidad para levantarse con más fuerza que nunca.

Durante mi estancia, la lección chilena se escribía cada día con diferentes palabras en las páginas de los periódicos locales, se escuchaba en las radios. El Gobierno saliente de Bachelet, evidentemente, no tuvo la culpa del terremoto. Pero eso no sirve de excusa para desligar las consecuencias de la catástrofe con la actuación del Gobierno. Su mala gestión ha provocado que el desenlace fuera más doloroso de lo que pudo ser.

Cuando leía esa reflexión se me venían a la cabeza las excusas que lanzaba Zapatero para no asumir ninguna responsabilidad respecto del impacto de la crisis económica en España. Que la crisis financiera es internacional, no española, repetía cuando ya no podía negarla. El problema que siempre perseguirá al presidente español es que ha sido su gestión, su modelo socialista de país, el que ha transformado el impacto de la crisis internacional en una riada de pobreza nacional. Porque si la causa de la crisis es la misma en Suiza que en España, la responsabilidad de que el paro no sea del 4%, como en el país alpino, sino del 20% no es del sector financiero internacional. Es de Zapatero.

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