El presidente del Gobierno está empeñado en agotar la legislatura, confiando en que un cambio en la situación económica internacional pueda trasladarse en España en forma de una recuperación económica que le salve de todos los errores que ha cometido en política económica, tanto por acción como por omisión. Desde luego, a todos nos gustaría que eso de la reactivación fuera como dice ZP, porque nos ahorraríamos muchos sinsabores y mucho sufrimiento, aunque mucho me temo que las cosas no van a ser así. Y empiezo a sospechar que un Zapatero al que la gestión de la economía se le está poniendo cada vez más cuesta arriba no va a ser capaz de evitar una convocatoria anticipada de elecciones, porque cada vez se encuentra políticamente más aislado.
El último ejemplo del aislamiento de los socialistas acabamos de verlo con ocasión de la negativa de todos los partidos políticos a firmar el documento de conclusiones de la Comisión de Zurbano, que debería haber servido de base para el impresentable plan anticrisis que ZP quería haber aprobado este martes, quizá por cuestión de imagen, quizá para poder marcharse tranquilamente a disfrutar de unas vacaciones que para nada se ha ganado. Y no es la primera vez en lo que va de legislatura que el presidente del Gobierno se las ve y se las desea para sacar algo adelante. El otoño pasado ya peligró la aprobación de los presupuestos para este año y hace nada el Gobierno se las vio y se las deseo para encontrar quien le respaldara en el Congreso su intención de subir el IVA este verano, cosa que logró ‘in extremis’ después de comprar los votos de dos partidos nacionalistas, Coalición Canaria y el PNV, que no se jugaban nada con dicha medida. Y ahora nadie le apoya en su mal llamado plan anticrisis. ¿Cuánto tiempo puede durar el Gobierno en esta situación?
Todo apunta a que Zapatero se guarda en la chistera una nueva remodelación del Ejecutivo para mediados de año, una vez que termine la presidencia española de la Unión Europea, si bien hay quien no descarta que esta misma Semana Santa pueda darnos una sorpresa. Sea como fuere, el problema no es quiénes son los miembros del Gobierno, sobre todo los del equipo económico, sino que Zapatero se empeña en dirigir personalmente una política económica que diseña a golpe de ocurrencias, a base de estrategias de marketing y sobre unos fundamentos ideológicos trasnochados que le impiden llevar a hacer lo que hay que hacer, como la reforma laboral. Con estas coordenadas, no es de extrañar que los dos secretarios de Estado del Ministerio de Economía –Carlos Ocaña, de Hacienda, y José Manuel Campa, de Economía– quieran marcharse. Y es que en la política económica de Zapatero reina cualquier cosa menos la estrategia... la estrategia adecuada, quiero decir. El presidente del Gobierno rehúye el tomar decisiones difíciles como el gato huye del agua y se dedica a marear la perdiz a base de hablar de pactos y de convocar reuniones simplemente para hacerse la foto con unos y con otros y después intentar vender que el Ejecutivo está desplegando todos los medios a su alcance para combatir la crisis. Así no va a ir muy lejos y es difícil pensar que vaya a haber grupo político alguno que le secunde en sus intenciones. Lo cual lleva al actual inquilino de La Moncloa a tener que hacer algo real y entonces no se le ocurren más cosas que las del tipo de subir el IVA mientras sigue tirando el dinero a manos llenas y, claro, luego pasa lo que pasa, que no encuentra apoyos políticos y tiene que acudir al mercadeo para lograrlos.
Hasta ahora, esta estrategia le ha funcionado relativamente bien a Zapatero, en tanto en cuanto ha conseguido ganar tiempo, para él y para su Gobierno. Lo malo es que, a partir de ahora, hay varias circunstancias, sobre todo dos, que juegan en su contra. La primera de ellas es la propia crisis económica, fundamentalmente en su vertiente financiero-presupuestaria. A base de todo tipo de trampas, trucos y triquiñuelas, el presidente del Gobierno ha conseguido retrasar el ajuste inevitable tanto en el sector inmobiliario como en el financiero, apoyándose en que el Banco Central Europeo va a mantener abierto el grifo de la financiación barata hasta octubre. Después lo cerrará y entonces se habrán acabado las facilidades de financiación y, con ellas, todas las políticas desplegadas por unos y otros para ocultar la gravedad de los problemas y el desplome de los sectores inmobiliario y financiero. En cuanto el BCE diga basta, se acabó la refinanciación de deudas al sector inmobiliario, al igual que la compra de deuda pública por entidades españolas y entonces, además de recaer en la crisis, el Ejecutivo se las va a ver y se las va a desear para financiar su gigantesco agujero presupuestario. Vamos, que España tiene muchas papeletas para que se repita por estos lares la misma historia de Grecia. ¿Qué partido apoyará entonces al Gobierno, incluso aunque éste ponga sobre la mesa recetas sensatas para salir de la crisis? Probablemente ninguno, debido a la entrada en juego de la segunda circunstancia: el calendario político.
El próximo mes de noviembre, Cataluña celebra elecciones autonómicas y todo apunta a que CiU obtendrá la victoria con esa mayoría suficiente para gobernar que los electores le negaron hace cuatro años. Los ‘convergentes’, por tanto, tienen razones más que de sobra para marcar distancias con los socialistas, sobre todo si se recuerda que ZP les prometió un pacto con el PSC para que CiU pudiera gobernar, a cambio de su apoyo para aprobar los presupuestos, y Montilla lo rompió para reeditar su propia versión del tripartito. Además, en 2011 hay elecciones autonómicas y municipales, las primeras en trece comunidades autónomas y las segundas en toda España, y todos los partidos ya están afinando sus estrategias para crecer a costa de los socialistas, empezando por Izquierda Unida, que ve en esos comicios la primera oportunidad de recuperar los votos y escaños que le quitó Zapatero. En esas elecciones, todos se juegan mucho: CiU, recuperar alcaldías clave en Cataluña; el PNV, recobrar parte del terreno perdido en el País Vasco; Coalición Canaria, el Gobierno del Archipiélago y de varios cabildos insulares; el BNG, la posibilidad de recuperarse de la debacle de las últimas elecciones gallegas; UPyD, el consolidarse poco a poco como partido bisagra y el PP, presentarse como verdadera alternativa de Gobierno. Así es que nadie querrá verse embarcado con los socialistas en nada, salvo que estos propongan de verdad auténticas medidas para salir de la crisis, cosa que posiblemente no sucederá bien porque Zapatero siga pensando en que la recuperación internacional le sacará las castañas del fuego, bien porque considere que el coste electoral de proponer lo que hay que proponer en esos momentos es muy alto, bien porque su forma de pensar se lo impida.
¿Qué ocurrirá entonces? Que el Gobierno se las va a ver y se las va a desear para seguir adelante si no resuelve sus propias contradicciones internas, en especial, la presupuestaria. Es decir, si no presenta un presupuesto para 2011 y 2012 acorde con las circunstancias. Entonces se puede repetir la historia, con todos los grupos del Congreso votando en contra y haciendo caer, de esta manera, al Gobierno antes de que termine la legislatura. El tiempo lo dirá, pero me parece que Zapatero va a despedirse del poder mucho antes de lo que él se imagina.