Se acerca el momento de la verdad. La resolución de la crisis griega modificará los actuales mimbres sobre los que se sustenta la estructura política comunitaria. La zona euro, y la Unión Europea en su conjunto, se enfrentan al reto más complicado y farragoso desde la puesta en marcha de la moneda única.
Como resultado, la tensión se masca en el ambiente: Sarkozy, Zapatero y Barroso defienden el rescate de Grecia mediante la concesión de créditos bilaterales; la canciller alemana, Angela Merkel, rechaza frontalmente esta opción y abre la puerta al desembarco del Fondo Monetario Internacional (FMI) en Atenas; una postura que no comparte su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, que apoya el rescate y la creación de un Fondo Monetario Europeo; mientras, el Banco Central Europeo se opone a la petición griega de recibir créditos blandos (a tipos de interés inferiores al mercado).
El proceso, de momento, se mantiene en stand by, pero el tiempo se agota. El Gobierno griego necesita colocar en el mercado bonos por valor de 10.000 millones de euros en las próximas semanas, y el interés de su deuda a 10 años ronda el 6,4%, el más alto desde finales de febrero. La situación se agrava y el tono de las declaraciones se dispara, hasta el punto de que Atenas tacha de "miserables" a los alemanes.
Por si ello fuera poco, también saltan chispas entre París y Berlín, los ejes de la UE, después de que el Gobierno francés denunciara la alta competitividad de la economía germana como detonante de los desequilibrios internos que vive la Unión.
Pero, ¿qué le pasa a Europa? Bruselas se encuentra en una encrucijada. El rescate griego crearía un peligroso precedente a nivel político y minaría la fortaleza del euro. Por su parte, la intervención del FMI chocaría, inevitablemente, con las competencias de Bruselas y el BCE. Por último, la expulsión o abandono del euro por parte de Grecia marcaría el principio del fin del bloque común, además de un impacto colosal en la economía griega y en la banca europea.
Sin embargo, lo más preocupante es la sombra creciente de un gobierno único, un "gobierno económico común" a nivel europeo, tal y como reclaman ahora al unísono Sarkozy y Zapatero. Con la excusa de la crisis, la elite política comunitaria aspira a acrecentar su ya de por sí elefantiásico poder. Llegado el caso, la hegemonía de Bruselas sobre los países socios acabaría por eliminar de facto la escasa soberanía política de la que gozan hoy en día los europeos. Y es que, un "gobierno económico" es la antesala de un "gobierno único europeo", que escapará por completo al control de los individuos. Huyan, como del demonio, de las "gobernanzas" en bloque, ya que la historia nos ha demostrado, una y otra vez, que a más gobierno menos libertad, y a mayor expansión geográfica menor posibilidad de escapatoria (voto con los pies).
Espero y deseo que Merkel imponga su criterio y, en caso de rescate, sea finalmente el FMI el que acuda en ayuda de los griegos, por más que les pese a Barroso y a los defensores del "gobierno mundial".