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Ignacio Moncada

Zapatero, el trilero

El problema de España es más grave que en otros países, porque no sólo padece un Gobierno trilero, sino que adolece de una oposición que tiende a caer en la trampa.

Estoy convencido de que la enorme pérdida de popularidad cosechada por Rodriguez Zapatero no se debe al impacto de la crisis económica, ni a la erosión propia de quien acapara portadas a diario. El motivo es que la mayoría de los españoles ya le vamos conociendo. Su forma de gobernar está tan enfocada hacia el impacto mediático que los resultados de su gestión pasan a un segundo plano. Puede venirse abajo la estructura económica del país que si el mensaje que se filtra a la sociedad durante destello del telediario es eficaz, el Gobierno se da por satisfecho.

El modo de operar de Zapatero recuerda al de los trileros. Su misión principal es la de despistar. Va cambiando la bolita de sitio para que la perdamos de vista y nos quedemos maravillados observando sus trucos de ilusionismo. Al final de la función busca ganarse un aplauso, y que nadie pregunte por la bolita. Desde que se instaló en La Moncloa ha ido cambiando el sentido de sus medidas con la agilidad con la que un timador de barrio maneja los cubiletes. Lo ha demostrado en infinidad de ocasiones. Por ejemplo, si antes era antisocial reformar el mercado laboral, ahora es fundamental para crear empleo. Si antes era bueno bajar impuestos en las recesiones, lo correcto ahora es subirlos. Mientras hace un par de meses quien osara mencionar la necesidad de reformar el sistema de pensiones buscaba atemorizar a la población, cuando Zapatero lo indica es lo acertado. De igual manera, si antes sólo se salía de la crisis aumentando el gasto público, ahora se sale recortándolo. Hay tantas contradicciones en la hoja de servicios de Zapatero como decisiones ha tomado.

Ese trilerismo político genera un sinfín de medidas aprobadas que se anulan entre sí. O que minan la confianza de inversores y ciudadanos, y por tanto realimentan el desastre. El ex ministro Jordi Sevilla, que no recuperó una cierta lucidez hasta que salió del Gobierno, escribía el domingo en El Mundo que el hecho de que Zapatero haya aprobado esas 137 medidas contra la crisis de las que tanto presume no indica nada sobre lo pertinente de las mismas. "No es una cuestión de trabajar mucho, sino de trabajar bien, con sentido y en la dirección correcta", afirma el político. Y es que todo aquél que tenga nociones de dirección de empresas, o un mínimo de sentido común, intuye que para sacar adelante la situación en la que estamos inmersos es necesario definir una estrategia a largo plazo, marcar una dirección, declarar cuáles son las metas a cumplir y decidir cuál es el camino para alcanzarlas. Todas las medidas deben articularse en torno a esa hoja de ruta, y no a golpe de cubilete.

El problema de España es más grave, porque no sólo padece un Gobierno trilero, sino que adolece de una oposición que tiende a caer en la trampa. Suele señalar un cubilete en el que no hay bolita. Rajoy ha marcado una estrategia similar a la que usan los italianos para jugar al fútbol. No propone nada, se encierra atrás y espera ganar por la mínima. Busca ser sólo un poco mejor que el PSOE para no arriesgarse a que le marquen gol. Para el fútbol funciona. Tal vez para que el PP gane, también. Pero para gobernar un país no vale, pues equivale a tener un PP casi igual que el PSOE. Y así no saldremos de la crisis económica, ni mucho menos de la crisis política que ha generado 45 millones de desencantados.

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