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Ignacio Moncada

Eliminemos el salario mínimo

Subiendo el salario mínimo la gente no pasa a cobrar más, sino que es despedida.

A un amigo ruso le sorprendía que en las calles de Madrid hubiera tantos indigentes. Mi primera reacción fue la de defender que el número no era excesivo en comparación con otros lugares. Sin embargo, pronto entendí que la confusión que me embargaba se debía a que un ruso diera lecciones de prosperidad económica. "En Rusia también habrá indigentes, digo yo", le pregunté. "En la ciudad no", me contestó usando un polémico sentido del humor. "Siberia es grande". Aunque parezca sorprendente, esta anécdota me viene a la mente cuando alguien cuenta entre los logros del Gobierno el aumento del salario mínimo. En seguida me explico.

Ésta es una de esas medidas que suenan muy bien al anunciarlas, pero que cuando se ponen en práctica actúan en sentido contrario al que se pretendía. Esto a Zapatero le priva. Como se rige casi exclusivamente por el resultado de sus anuncios, ha ido dosificando una subida del salario mínimo cada año. Con cuentagotas, vamos. De primeras nos debería sonar extraño. Si esta medida no supone ningún esfuerzo ni gasto para el Gobierno y es tan positivo, ¿por qué todos los años lo sube un poco en lugar de asignarle un valor más alto desde el principio? En mi opinión Zapatero no sabe la respuesta. Sólo pretende anunciar algo con buena prensa para después poder presumir en el mitin de turno. Pero la realidad es que sí que tiene un importante coste: tiende a aumentar el desempleo.

Si nos anuncian que el salario mínimo sube un 5% nos da la sensación de que sube el sueldo de los que cobraban menos. Y eso suena bien. Sin embargo, si un gobernante anunciara que el salario mínimo pasa a ser de 3.000 euros al mes, algo nos diría que tiene que haber gato encerrado. En efecto, lo hay. Los que cobrasen menos de esa cantidad no pasarían a cobrar 3.000 euros, sino que pasarían a engrosar la cola del paro. Lo que no percibimos es que lo mismo sucede cuando sube un 5%, por más que la cifra parezca pequeña. Al final, los trabajadores cuya productividad queda por debajo del salario mínimo quedan irremediablemente desempleados.

Resulta curioso que poca gente esté en contra de esta medida, cuando es un ejemplo clásico en los libros de economía de bachillerato de cómo la imposición de un precio mínimo distorsiona un mercado. Si para un cierto tipo de actividad se impone un sueldo mayor al de equilibrio, que es en el que coinciden tanto la demanda como la oferta de trabajo, el mercado reaccionaría empleando a un número mucho menor de gente, y por tanto arrojando al paro a los que tienen menor productividad. Es decir, que la medida sería especialmente perjudicial para aquéllos hacia los que iba destinada la medida: a los trabajadores menos cualificados.

Es cierto que tiene buena prensa que el Gobierno evite que los trabajadores cobren sueldos bajos. El problema es que subiendo el salario mínimo no pasan a cobrar más, sino que son despedidos. Parece que si no vemos a trabajadores cobrando poco nos quedamos más tranquilos. Por eso se me venía a la cabeza la anécdota del ruso. Porque si no se ven indigentes por las calles de Moscú parece que hayamos acabado con el problema. Pero estarán en Siberia que, como los que se van al paro por la subida del salario mínimo, es todavía peor.

Por eso, si de verdad queremos que en España descienda la tasa de paro, una de las medidas que debería incluir la reforma laboral que necesitamos es la eliminación del salario mínimo interprofesional. Sí, muchos trabajadores cobrarían sueldos bajos. Pero de otra manera estarían en las gélidas estepas del desempleo.

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