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Emilio Campmany

La riada

Lo más gracioso es que, si finalmente se conciertan fuerzas suficientes capaces de desatar una riada que se lleve democráticamente a Zapatero por delante, la misma fuerza arrastrará al pobre Rajoy, que, a fin de cuentas, no ha hecho nada.

Ha nacido una estrella. Pepiño, más conocido por don José, es su nombre. Todos los medios lo destacan. Han llegado a decir que la ausencia de María Teresa Fernández de la Vega en el equipo que tiene que negociar el pacto encubre una crisis de ministros que se materializará en julio. Y sin embargo, nadie parece darse cuenta de la paradoja que encierra el que sea José Blanco el que lleve el peso de una negociación donde lo que se supone que se van a acordar son medidas económicas. Puede que don José sea un egregio economista, pero, si es así, habrá que reconocerle una gran habilidad para ocultarlo.

Si, como es lo más probable, Blanco no sabe una palabra de Economía, es que la comisión tiene otra finalidad distinta de la de cerrar un pacto económico. Rajoy ha dado con la respuesta más obvia: su objetivo es ganar tiempo. Y todo apunta a que lo más probable es que sea ese su fin. Pero entonces, ¿por qué Zapatero se puso un plazo tan corto como es el de dos meses para llegar a un acuerdo? Mejor hubiera sido no fijarse ninguno y dejar que la comisión le proporcionara tanto margen como pudiera hasta que se hiciera obvio, a los dos o a los seis meses, que no es posible alcanzar ningún pacto. Debe de haber algo más.

Es obvio que Zapatero, con sus propuestas de aumentar la edad de jubilación y los años de cotización para el cálculo de la pensión, ha dado un giro a su política. Es un golpe de timón aparentemente forzado por los malos resultados de la economía española y las presiones de los mercados. Pero es igualmente obvio que ese giro no se ha dado de corazón, por convencimiento propio, sino que ha sido impuesto por alguien con fuerza para hacerlo. Lo demuestra desde luego que el encargado de acordar las medidas que nos saquen de la crisis sea José Blanco. Y lo corrobora el que hace un par de días, en Londres, Zapatero haya desmentido su voluntad de acuerdo diciendo que no se ocupará del déficit hasta que la economía se recupere. Es comodecirle a un enfermo que se le administrará la medicina cuando esté curado. La actitud es tan grotesca que El País llega a acusarle este domingo de "estar cada vez más empeñado en acreditar la caricatura simplista que sus enemigos han hecho de él".

Así que Zapatero quiere aparentar que se esfuerza en atacar la crisis con medidas canónicas, pero es evidente que no tiene intención real de hacerlo. ¿A quién está tratando de engañar esta vez? ¿A los mercados? La tramoya ha tenido que ser montada para engatusar a alguien más corpóreo que las bolsas. Pero la cuestión no es tanto saber quiénes son los que le están forzando la mano, como conocer qué ocurrirá cuando hayan transcurrido esos dos meses y nada de sustancia se haya pactado. Lo más probable es que no ocurra nada. Y no sólo es lo más probable, sino también lo más deseable. Veremos. Lo más gracioso es que, si finalmente se conciertan fuerzas suficientes capaces de desatar una riada que se lleve democráticamente a Zapatero por delante, la misma fuerza arrastrará al pobre Rajoy, que, a fin de cuentas, no ha hecho nada. Ni siquiera sabrá que precisamente ese habrá sido su pecado, no hacer nada.

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